Los discípulos de Jesús son llamados “Apóstoles”, es decir, enviados. Y al volver de su misión, dan cuenta a Jesús de lo vivido. De aquella misión y del encuentro con Jesús aprenden dos cosas importantes: el descanso necesario para quien misiona y la imposibilidad de eludir sus responsabilidades. En efecto, el descanso constituye un aspecto de la vida pastoral y es necesario retirarse, recobrar fuerzas, encontrarse con uno mismo y con Dios para discernir cuál es su voluntad. Así se construye la vida del Apóstol, que está tensionada entre dos polos: las responsabilidades de la vida pastoral y la necesaria soledad relacional con Dios.
Sin duda que la vida del Apóstol no es tranquila ni menos lo fue para Jesús, pues al ver la situación del pueblo, exclama: “eran como ovejas sin pastor”. Esta metáfora del pastoreo presenta a Dios como dueño del rebaño donde los pastores son los líderes políticos; el rebaño es el pueblo que Dios confió a sus pastores para que no se dispersaran, mediante una administración seria en la cual se preserven el derecho y toda justicia, como la realizó el rey David.
De esta manera, Jesús se compadece y asume el liderazgo de esa precariedad o pobreza del pueblo, que está oprimida por líderes que miran sus propios intereses y no tienen ninguna empatía ante el sufrimiento del que tiene menos. En cambio, el corazón generoso y solidario de Jesús es capaz de percatarse de que estas personas son como ovejas sin pastor. Así, el Señor se constituye en el líder que conduce a los pobres a la construcción de la nueva sociedad. Por eso esta actitud solidaria de Jesús es la que ratifica aquella premisa de que “nadie queda excluido en la participación de los bienes del Reino”, pues la “participación” es signo del banquete al cual estamos todos invitados.
“Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella…” (Mc 6, 34).
Fredy Peña Tobar, ssp.