Nos preparamos a la eucaristía de hoy con un solemne acto de fe: “En tu poder
Señor, está todo; nadie puede resistir a tu decisión. Tú creaste el cielo y la tierra y las
maravillas todas que hay bajo el cielo. Tú eres dueño del universo” (Libro de Ester).
Entre los pecados que nos aquejan, queremos pedir perdón hoy por las rebeliones
a la voluntad de Dios, conocida pero no aceptada en nuestra vida: por habernos
puesto fuera de su proyecto.
Primera lectura: Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4.
En medio de la angustia que hace dudar a muchos de las promesas de Dios, el
justo mantiene viva su fe y sabe que Dios cumple.
Segunda lectura: 2 Timoteo 1, 6-8.13-14.
El don que Dios nos da para que demos testimonio de Cristo, puede oscurecerse
e inclusive apagarse. Pablo exhorta a su discípulo a reavivar ese don recibido, por
la fuerza del Espíritu.
Evangelio: Lucas 17, 3-10.
El texto del evangelio contiene una doble enseñanza. Primero: si nuestra fe es
verdadera mueve las montañas; segundo: cuando hayamos cumplido nuestro
deber, reconozcamos que somos servidores inútiles.
El pan y el vino que ofrecemos, fruto de muchos granos, fruto de una buena tierra
y de la fatiga humana, llegue a ser signo, por nuestro amor, de la unidad de la
familia humana.
Unidos a Cristo, meditamos la reflexión de san Pablo: “Uno solo es el pan, y nosotros,
aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos compartimos un
único pan y un único cáliz” (1Cor 10, 17).
Con nuestro testimonio de auténticos cristianos, vayamos a comunicar a todos:
Dios existe, vive y se nos ha revelado como Padre misericordioso en Jesucristo.