“El buen pastor da su vida por las ovejas…”. Con estas palabras, Jesús se presenta como el Buen Pastor de su pueblo y resalta también el Misterio Pascual de su muerte y resurrección. Quizás la figura del pastor nos puede parecer idílica y entrañable, pero su oficio no era nada fácil, pues a veces se trabajaba de día e incluso de noche. Así, Israel se comparaba con un rebaño al cuidado de Dios. Sabemos que los pastores y –al igual que los reyes– debían dar a la población el acompañamiento y cuidados necesarios, como dirigentes o gobernantes del pueblo, pues representaban al único Pastor que era Dios. Sin embargo, Jesús les reprocha no saber comportarse como verdaderos pastores, porque en vez de procurar el bien del rebaño han usufructuado de él.
Estos esperaban un pastor más político-liberador y no uno que deseara sacar a sus ovejas fuera de la influencia del judaísmo para constituir la nueva comunidad mesiánica. Pero ¿qué puede significar esta imagen en una sociedad como la nuestra? Jesús no se presenta como los antiguos reyes y dirigentes de Israel, que decían ser representantes de la acción de Dios como Pastor, pero no la cumplían. Jesús es el Buen Pastor porque actúa como verdadero rey y pastor. No es un pastor a sueldo a quien solo le interesa cobrar su salario, como tampoco alguien que no da su vida gratuitamente y la expone.
Sin duda, que Jesús es el único Buen Pastor y nos ofrece la posibilidad de que su imagen sea reproducida en todos aquellos que están al frente de la comunidad para servirla, instruirla en la verdad y llevarla a la madurez en la fe. Para lograr eso es necesaria la cristificación no solo de los que tienen esta responsabilidad, sino también de todo aquel que, con su testimonio, atrae a que otras ovejas se adhieran al rebaño de Cristo.
“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas”, (Jn 10, 11).
Fredy Peña Tobar, ssp.