Leccionario Santoral: 2Tim 1, 1-8 (o bien: Tit 1, 1-5) Sal 95, 1-3. 7-8. 10; Lc 10, 1-9.
LECTURA Heb 10, 1-10
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: La Ley, al no tener más que la sombra de los bienes futuros y no la misma realidad de las cosas, con los sacrificios repetidos año tras año en forma ininterrumpida, es incapaz de perfeccionar a aquellos que se acercan a Dios. De lo contrario, no se hubieran ofrecido más esos sacrificios, porque los que participan de ellos, al quedar purificados una vez para siempre, ya no tendrían conciencia de ningún pecado. En cambio, estos sacrificios renuevan cada año el recuerdo del pecado, porque es imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados. Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer tu voluntad”. Él comienza diciendo: “Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley”. Y luego añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre. Palabra de Dios.
Comentario: Así como en el propio sacrificio de Cristo, que lo consagra como sacerdote, el autor afirma que el creyente también se incorpora y consagra por la ofrenda del Cuerpo de Cristo, hecho de una vez y para siempre. Es decir, el sacerdocio de Cristo nos hace partícipes de su sacerdocio cada vez que donamos nuestra vida en el servicio a Dios y al prójimo. Solo así alcanzamos un sacrificio agradable a Dios.
SALMO Sal 39, 2. 4. 7-11
R. ¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!
Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. R.
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: «Aquí estoy». R.
«En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón». R.
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, Tú lo sabes, Señor. R.
No escondí tu justicia dentro de mí, proclamé tu fidelidad y tu salvación, y no oculté a la gran asamblea tu amor y tu fidelidad. R.
ALELUIA Cf. Mt 11, 25
Aleluia. Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluia.
EVANGELIO Mc 3, 31-35
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Llegaron la madre y los hermanos de Jesús y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Él, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera». Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús nos pone en alerta al decirnos que aquel que hace la voluntad de Dios, ese es su hermano, hermana, etcétera. Ante esta afirmación, no podemos ser mezquinos en las cosas del Reino, atándonos a nuestra familia, ideologías o formas de vivir la fe, ya que Jesús fue el primero que vivió en libertad, pero no en libertinaje. Él enfrentó todos los “señoríos” que tiranizan al hombre y que no lo dejan ser una persona libre.