Esta mañana, en la Audiencia General de todos los miércoles, el Papa Francisco continuó desarrollando su ciclo de catequesis sobre la oración. Esta vez abordó el tema Jesús, hombre de oración, explicando como, a partir del bautismo en el río Jordán, Cristo se hace uno con nosotros y nos regala su propia oración, que no es otra cosa que su diálogo de amor con el Padre.
El sucesor de Pedro comenzó abordando la importancia que tenía para el pueblo de Israel el bautismo de Juan, que, para los evangelistas, tenía un carácter penitencial. “El pueblo iba donde Juan para bautizarse para el perdón de los pecados: hay un carácter penitencial, de conversión”, dijo Francisco. Por lo tanto, para el Papa, el primer acto público de Jesús no es otra cosa que el hacerse partícipe de “una oración coral del pueblo, una oración del pueblo que va a bautizarse, una oración penitencial, donde todos se reconocían pecadores”.
De este modo, el Señor se involucra en un acto de purificación de los pecados; se hace solidario con la condición humana y se abre paso junto a nosotros hacia el camino de la oración que purifica y transforma. Cristo no se queda en la orilla opuesta marcando distancia con el pueblo desobediente. Por el contrario, dice el Santo Padre, “Jesús se pone a la cabeza de un pueblo de penitentes, como encargándose de abrir una brecha a través de la cual todos nosotros, después de Él, debemos tener la valentía de pasar. Pero la vía, el camino, es difícil; pero Él va, abriendo el camino”.
Francisco interpreta este gesto como la clara demostración de que Jesús reza con nosotros. “Ese día, a orillas del río Jordán, está por tanto toda la humanidad, con sus anhelos inexpresados de oración. Está sobre todo el pueblo de los pecadores: esos que pensaban que no podían ser amados por Dios, los que no osaban ir más allá del umbral del templo, los que no rezaban porque no se sentían dignos. Jesús ha venido por todos, también por ellos, y empieza precisamente uniéndose a ellos, a la cabeza”, manifestó.
Más aún, cuando la voz proclama desde lo alto “Tú eres mi Hijo; yo hoy te he engendrado”, se puede intuir algo del misterio de Jesús y de su corazón siempre dirigido hacia el Padre. “Esta es la grandeza única de la oración de Jesús: el Espíritu Santo toma posesión de su persona y la voz del Padre atestigua que Él es el amado, el Hijo en el que Él se refleja plenamente”, señaló el Papa.
Y esa oración personal del Señor se convertirá en Pentecostés en la oración de todos los bautizados en Cristo. “Por esto, si en una noche de oración nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida haya sido completamente inútil, en ese instante debemos suplicar que la oración de Jesús se haga nuestra”, precisó el Obispo de Roma, agregando que “si nosotros tenemos confianza, escucharemos entonces una voz del cielo, más fuerte que la que sube de los bajos fondos de nosotros mismos, y escucharemos esta voz susurrando palabras de ternura: “Tú eres el amado de Dios, tú eres hijo, tú eres la alegría del Padre de los cielos”.
Finalmente, el Santo Padre reflexionó en el significado que hay tras el gesto del Hijo de Dios. “Jesús no bajó a las aguas del Jordán por sí mismo, sino por todos nosotros. Era todo el pueblo de Dios que se acercaba al Jordán para rezar, para pedir perdón, para hacer ese bautismo de penitencia. Ha abierto los cielos, como Moisés había abierto las aguas del mar Rojo, para que todos pudiéramos pasar detrás de Él. Jesús nos ha regalado su propia oración, que es su diálogo de amor con el Padre. Nos lo dio como una semilla de la Trinidad, que quiere echar raíces en nuestro corazón. ¡Acojámoslo! Acojamos este don, el don de la oración. Siempre con Él. Y no nos equivocaremos”, concluyó.