Luego de varias semanas dedicadas al tema “Curar el mundo”, esta mañana el Papa Francisco retomó sus reflexiones acerca de la oración. Para ello, tomó la figura del profeta Elías, a quien definió como “uno de los personajes más interesantes de toda la Sagrada Escritura”, calificandolo también como “un hombre de fe cristalina”.
“En su mismo nombre, que podría significar “Yahveh es Dios”, está encerrado el secreto de su misión. Será así durante toda la vida: hombre recto, incapaz de acuerdos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador de Dios. Él primero será sometido a dura prueba, y permanecerá fiel. Es el ejemplo de todas las personas de fe que conocen tentaciones y sufrimientos, pero no fallan al ideal por el que nacieron”, explicó Francisco.
Para el obispo de Roma, la oración fue la savia que alimentó constantemente la existencia del profeta. Siendo un hombre de Dios, muchas veces tuvo que lidiar con su propias fragilidades, enfrentando momentos de júbilo y momentos de abatimiento, que le permitieron aprender acerca de si mismo y su misión, y le permitieron continuar creciendo en la fe.
“Es difícil decir qué experiencias fueron más útiles: si la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 20-40), o el desconcierto en el que se da cuenta que “no soy mejor que mis padres” (cfr. 1 Re 19, 4). En el alma de quien reza, el sentido de la propia debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es una cabalgata de victorias y éxitos. En la oración sucede siempre esto: momentos de oración que nosotros sentimos que nos levantan, también de entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas. La oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por situaciones malas y tentaciones“, señaló el Papa.
Francisco añadió que las páginas de la Biblia dejan suponer que la fe de Elías fue progresando, en la medida que fue creciendo en la oración, refinándola poco a poco. De este modo el rostro de Dios se fue haciendo más nítido para él durante su camino, hasta alcanzar su culmen cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte Horeb, no en el terremoto o en el fuego devorador, sino en el “susurro de una brisa suave”. “Es con este signo humilde que Dios se comunica con Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz. Dios viene al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber fracasado en todos los frentes, y con esa brisa suave, con ese hilo de silencio sonoro hace volver a su corazón la calma y la paz”, precisó.
Elías era un hombre de oración, pero también de vida activa, preocupado por los acontecimientos de su época. Una persona que, de acuerdo al relato bíblico, fue capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse de su viña. Y ese es el ejemplo que el Santo Padre nos pide replicar hoy: “Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de cristianos celantes, que actúen delante de personas que tienen responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: “¡Esto no se hace! ¡Esto es un asesinato!” Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien reza: se está delante del Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él envía. La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no, esto no es oración, esto es oración fingida. La oración es un encuentro con Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo”.
De acuerdo al Papa, la historia de Elías, con sus luces y sombras, puede ser perfectamente aplicada a la historia de cada uno de nosotros, aún en el mundo de hoy. “Algunas noches podremos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la oración vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón. Un borde de la capa de Elías podemos recogerlo todos nosotros, como ha recogido la mitad del manto su discípulo Eliseo. E incluso si nos hubiéramos equivocado en algo, o si nos sintiéramos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías”, finalizó Francisco.