En el día de hoy, el Papa nuevamente abordó la realidad que vivimos a causa de la pandemia que aqueja el mundo, en la Audiencia General que se desarrolló en el Patio de San Dámaso del Palacio Apostólico Vaticano. Francisco comenzó su catequesis recordando sus pasadas intervenciones, en las que habló acerca de la dignidad, la solidaridad y la subsidiariedad, reiterando que debemos pensar en cómo sanar a un mundo que sufre por un malestar que la crisis sanitaria ha evidenciado y acentuado, haciendo énfasis en que debemos construir una nueva normalidad más solidaria y justa.
Para lograr esto, el Santo Padre manifestó que debemos poder “contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura”, sobre todo si consideramos que “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario”, tal como lo ha planteado en su encíclica Laudato si’. A su modo de ver, solo a partir de ese reconocimiento mutuo podremos darnos cuenta y dar gracias por los vínculos que hay entre todos los seres humanos y las creaturas, lo que, sostuvo, “activa un cuidado generoso y lleno de ternura. Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco”. Sobre esa base, entonces, los cristianos van a ser capaces de actuar promoviendo la diginidad humana y el bien común, comportándose como discípulos de Jesús, de forma de “seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común”, dijo.
Sin embargo, el Pontífice también afirmó que hoy se corre el riesgo de volver a una “normalidad” bajo las mismas condiciones de antes de que apareciera el virus, a la que describió como “una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia (…) enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental”. Por eso, insistió en su llamado a construir algo nuevo, una sociedad en la que se reconozca al otro y se reparen las injusticias del mundo tal y como lo conocíamos. “La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular”, explicó.
De acuerdo al Vicario de Cristo, el gesto fundamental que hace ir adelante a la sociedad es el darse, pero un darse que debe venir del corazón, uno que permita acercarse al otro para caminar, sanar y ayudar, que aleje el egoísmo y el ansia del poder, de modo de compartir y construir juntos una nueva realidad más justa y solidaria. “Es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular”, señaló.
“Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos”, afirmó.
Por lo tanto, para el Papa, salir del coronavirus implica no solo encontrar una vacuna para esta enfermedad, sino también hallar la cura para los grandes males que aquejan a la sociedad, a los que llamó “los grandes virus humanos y socioeconómicos”, los que no pueden ser superados apelando a la misma lógica que los ha construido. “No podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca”, precisó.
Francisco concluyó su catequesis haciendo un llamado: “Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa -donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”- refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus”.