Fuego era lo que vio Moisés, cuando sigilosamente se aproximaba a la zarza ardiente del Horeb.
Fuego, el calor que ardió en el corazón de los discípulos de Emaús, al sentir la proximidad del Señor que caminaba junto a ellos.
Fuego, la figura que tomó el mismo Espíritu Santo para animar la comunidad de la Iglesia naciente en Pentecostés.
Fuego es lo que Cristo en este evangelio de hoy quiere entregarnos. “He venido a traer fuego a la tierra, qué otra cosa he de querer sino que arda”.
El fuego del que habla el Señor es el fuego del amor. Un amor que queme todo brote de injusticia; un amor que cauterice toda las heridas de nuestras almas; un amor que nos reúna en torno de sí, como el calor del hogar reúne a los que son de una misma familia. En la hora de la historia que nos ha tocado vivir, el mundo entumecido espera que ese fuego se propague. Y somos nosotros los llamados a encender nuestro corazón con ese amor que es capaz de salvar al mundo.
Es verdad que hacerlo no es tarea fácil. La fidelidad al Señor tiene su precio. Y he aquí que no hay cristiano verdadero que no tenga unas horas como las de Jeremías. O como los que experimentó san Alberto Hurtado, a quien la Iglesia recuerda hoy, y a quien se le comparó precisamente con el fuego, “un fuego que enciende otros fuegos”. Contemporáneos suyos, no lo comprendieron. Sufrió. Pero su lucha valía la pena.
Algunos hoy tampoco comprenden a la Iglesia. Hay aspectos de su mensaje que nuestra sociedad rechaza. Y se lucha contra ella. No importa. Siempre ha sido así. Llevemos por lo tanto en el corazón las palabras del apóstol: “Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús”.
CONALI
“Sin la eucaristía dominical no po-dríamos vivir”. Así hablaba hace ya mucho tiempo un mártir cristiano. Por esa misma razón, hoy damos gracias a Dios por tener la posibilidad de reunirnos y participar en esta celebración. Nos esperan palabras desafiantes. Signos elocuentes. Es Cristo que viene a darnos vida, y vida en abundancia. Cantemos.
Jeremías, el profeta, deseaba la paz. Sabía que Dios no quería que su pueblo se involucrara en guerra alguna. Pero su servicio por la paz le cuesta caro. Escuchemos lo que le ocurre, que es prefiguración de Cristo y de la Iglesia.
Lectura del libro de Jeremías. El profeta Jeremías decía al pueblo: «Así habla el Señor: “Esta ciudad será entregada al ejército del rey de Babilonia, y éste la tomará”». Los jefes dijeron al rey: «Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia». El rey Sedecías respondió: «Ahí lo tienen en sus manos, porque el rey ya no puede nada contra ustedes». Entonces ellos tomaron a Jeremías y lo arrojaron al aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia, descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había agua sino sólo barro, y Jeremías se hundió en el barro. Ebed Mélec salió de la casa del rey y le dijo: «Rey, mi señor, esos hombres han obrado mal tratando así a Jeremías; lo han arrojado al aljibe, y allí abajo morirá de hambre, porque ya no hay pan en la ciudad». El rey dio esta orden a Ebed Mélec, el hombre de Cusa: «Toma de aquí a tres hombres contigo, y saca del aljibe a Jeremías, el profeta, antes de que muera».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. ¡Señor, ven pronto a socorrerme!
Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. R.
Me sacó de la fosa infernal, del barro cenagoso; afianzó mis pies sobre la roca y afirmó mis pasos. R.
Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al ver esto, temerán y confiarán en el Señor. R.
Yo soy pobre y miserable, pero el Señor piensa en mí; Tú eres mi ayuda y mi libertador, ¡no tardes, Dios mío! R.
Dios ama la vida, pero no la vida fácil. Escuchemos la invitación del Apóstol a hacer de la vida una carrera hacia Cristo, consumador de nuestra fe.
Lectura de la carta a los Hebreos. Hermanos: Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora «está sentado a la derecha» del trono de Dios. Piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluya. «Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen», dice el Señor. Aleluya.
Dios ama la paz. Pero quienes trabajan por ella saben de incomprensiones e incluso de persecuciones. Escuchemos con atención el evangelio para mantenernos fieles a quien entregó su vida para que nosotros pudiéramos lograrla.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Jesús dijo a sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
A veces el testimonio cristiano genera admiración. Pero otras veces, rechazo. Hay aspectos del evangelio que el corazón humano, apegado a su egoísmo, se niega a admitir. ¿Claudicar? ¿Atenuar la doctrina? ¿Rebajar la exigencia de Cristo? El Señor espera y confía en tu respuesta.
M. Dios nuestro Padre tiene siempre su oído cerca de nuestra oración. Con espíritu confiado, presentemos nuestra súplica a Quien sabe lo que es mejor para nosotros.
1.- Por la Iglesia, en tantos lugares del mundo perseguida incluso con violencia. Para que ella siga siendo “instrumento de paz” incluso en medio del dolor y la incomprensión, y de testimonio de la belleza de la fe. Roguemos al Señor.
R. Tú Señor, que nos amas, óyenos.
2.- Por nuestro país, por los que lo guían, para que no opongamos nuestro egoísmo al proyecto de Dios. R.
3.- Por los que sufren por su fidelidad al Señor; por los que deben tolerar la injusticia que ha recaído sobre ellos; que experimenten esa situación como una oportunidad para ofrecer al mundo el amor y la paz. R.
4.- Por nuestra parroquia (Comunidad), para que el testimonio de san Alberto Hurtado nos aliente a dar testimonio de Cristo, nos haga preguntarnos qué haría Cristo en nuestro lugar, y nos impulse a descubrir al Señor en nuestros hermanos más necesitados. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Llenos de confianza, como nos enseño Jesucristo, oremos a Dios nuestro Padre, y pidámosle que su voluntad de amor se realice en toda la Tierra.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Señor Dios, ¡de ti viene siempre la misericordia y la redención copiosa! Por eso te bendecimos y de damos gracias diciendo:
R. Bendito seas, Señor.
1.- Te bendecimos, Señor, porque eres la fuente inagotable de lo más hermoso que hallamos en el mundo. R.
2.- Te bendecimos, Señor, porque nos das tu gracia para reconocer la belleza de tu Reino y caminar decididamente hacia ti. R.
3.- Te bendecimos, Señor, porque podemos colaborar contigo en la construcción de un mundo en el que pueda reinar la paz y la comunión entre los hombres. R.
4.- Te bendecimos, Señor, por el testimonio de tantos hermanos nuestros que con su entrega y generosidad hacen más fuerte nuestra fe y caridad. R.
M. Seguros de que el Señor se fija en nosotros, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…
Fuego de Dios, espíritu de amor/ Entre tus manos/ Cristo te necesita para amar/ Junto a ti, María.