Reinstaurado como grado propio y permanente en la iglesia por el concilio Vaticano II, el diacono puede ser concedido a varones, casados o célibes, que son fortificados con la gracia del sacramento del Orden sagrado. De la mano de su obispo diocesano, desarrollan tareas de evangelización, liturgia (administra el bautismo y el Matrimonio y presiden las exequias) y, específicamente, labores dentro de la Pastoral social y caritativa. En aquellos que están casados, esta – doble sacramentalidad – hace de su vocación un ministerio – de lo cotidiano – en su vida familiar, profesional, religiosa y social.