La parábola del sembrador tiene como trasfondo dos perspectivas: la primera, de qué manera se instaurará el Reino de Dios en medio del rechazo; la segunda, las crisis de algunas comunidades que no logran explicarse los fracasos y conflictos que viven, si se supone que Dios está con ellos. En la Palestina de la época, labrar una tierra seca, rocosa y poco fértil era bastante difícil. De hecho, lo normal de una cosecha no superaba la proporción de diez por uno, pero en la parábola esa proporción es superada con creces. No obstante, el énfasis del relato no está en las dificultades, sino en lo espectacular de la cosecha: el treinta, el sesenta, hasta el cien por uno.
Ante la pregunta ¿por qué les hablas…?, Jesús les dice que solo quien se abre al misterio de Dios, es decir, solo el que lo acepta como Mesías, reconoce que el proyecto de Dios es creíble y plausible. Quien cree esta “Buena Noticia” percibe a Dios obrando en los acontecimientos. En cambio, quien no cree y rechaza a Jesús, va perdiendo, poco a poco, no solo la percepción de Dios, sino también su humanidad se ve deteriorada. Por eso, toda persona que no se adhiere a Jesús y a su amor, se torna “insensible”, porque no le da el sentido a las cosas como se las da Jesús. Los que no aceptan el reinado de Dios son como aquellos “que miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden”.
Y ¿quiénes son hoy los que no ven, no escuchan ni comprenden? Para Jesús, son aquellos en los que su Palabra no cala en lo profundo del corazón y en donde todo queda en la superficialidad. Donde el testimonio de vida a causa de la Palabra sucumbe al rechazo y al qué dirán. De la misma manera acontece con el poder, el prestigio y la ilusión de la riqueza, que seducen y terminan minando el poder de la Palabra.
“Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean” (Mt 13, 15).
Fredy Peña T., SSP