15º durante el año. Verde.
Gloria. Credo. Prefacio dominical durante el año.
Un hombre bajaba de la ciudad de Dios, Jerusalén, que estaba en lo alto, a la ciudad de los hombres, Jericó, una de las ciudades más bajas del planeta, 253 metros bajo el nivel del mar. Pero no sólo por eso, Jerusalén era el centro del judaísmo puro reconstituido después del exilio, y Jericó el de la mezcla del judaísmo con otros pueblos después de las invasiones y exilio a Asiria. Unos pretendían ser los únicos hijos de Abraham y los otros también, pero querían adorar a Dios sobre el monte Garizim. El desprecio era mutuo y arraigado en siglos de historia de recíproco rencor.
Se supone que quien bajaba era judío… La razón principal para ir a Jerusalén era religiosa. Y atravesaba la región enemiga de los samaritanos. La parábola no nos da detalles, pero muestra diferentes actitudes frente a un peregrino asaltado y abandonado herido en el camino: Para los asaltantes, el viajero era alguien a quien se podía robar sin correr muchos riesgos. Para el fariseo, experto en la Ley, el hombre herido era un tema a discutir para ver a quién correspondía hacer algo. Para el sacerdote y el levita, ese hombre era un problema que había que evitar para no meterse en problemas religiosos y legales. Para el hotelero, el herido era un cliente a quien cobrar por la consumición y alguien tenía que pagar por los servicios prestados. Para el samaritano, el herido era un ser humano al que había que cuidar y amar.
Cada uno de estos personajes se dice pertenecer a la ciudad de Dios o a la de los hombres. El Señor no hace esas distinciones. Nos mide por nuestro amor. En eso radica la diferencia y no en las creencias y pertenencias a una religión u otra.
“Ve, y procede tú de la misma manera” (Lc 10, 37).
P. Aderico Dolzani, ssp.
Guía: La riqueza del cristiano es la palabra de Dios. Es ella la que ilumina y da sentido a todo. En esta eucaristía nos disponemos a escucharla con la humildad y sencillez del discípulo de Jesús.
LECTURA Deut 30, 9-14
Guía: El mandamiento de Dios está muy cerca de nosotros, no hay que buscarlo lejos: está en nuestros labios y en nuestro corazón para que podamos cumplirlo.
Lectura del libro del Deuteronomio.
Moisés habló al pueblo, diciendo: El Señor, tu Dios, te dará abundante prosperidad en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en las crías de tu ganado y en los productos de tu suelo. Porque el Señor volverá a complacerse en tu prosperidad, como antes se había complacido en la prosperidad de tus padres. Todo esto te sucederá porque habrás escuchado la voz del Señor, tu Dios, y observado sus mandamientos y sus leyes, que están escritas en este libro de la Ley, después de haberte convertido al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: “¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?” Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: “¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?” No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 68, 14.17. 30-31. 36-37
R. Busquen al Señor y vivirán.
Mi oración sube hasta ti, Señor, en el momento favorable: respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu fidelidad. R.
Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor, por tu gran compasión vuélvete a mí; yo soy un pobre desdichado, Dios mío, que tu ayuda me proteja: así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias. R.
Porque el Señor salvará a Sión y volverá a edificar las ciudades de Judá: el linaje de sus servidores la tendrá como herencia, y los que aman su Nombre morarán en ella. R.
O bien: Sal 18, 8-11
R. Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. R.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R.
Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.
Guía: Pablo nos regala un extraordinario himno cristológico: Cristo Jesús es imagen visible de Dios, cabeza de la Iglesia, el primer resucitado, pacificador del universo entero.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas.
Cristo Jesús es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de Él y para Él. Él existe antes que todas las cosas y todo subsiste en Él. Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que Él tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso que en Él residiera toda la Plenitud. Por Él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios.
Aleluya. Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida; tú tienes palabras de Vida eterna. Aleluya.
Guía: Leemos hoy una de las páginas más conmovedoras, más cuestionadoras, más inspiradoras y comprometedoras del evangelio: la parábola del samaritano. Cada uno de nosotros debe hacerse prójimo –cercano– de los hermanos, especialmente de los más necesitados.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?” Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. “Has respondido exactamente, –le dijo Jesús–; obra así y alcanzarás la vida”. Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver». ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?” “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.
Palabra del Señor.
PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS
Guía: Los dones de la Iglesia orante los ponemos hoy sobre el altar, para que, consagrados, promuevan la santificación del cristiano.
PREPARACIÓN A LA COMUNIÓN
Guía: El mejor comentario nos lo ofrece san Juan: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”.
DESPEDIDA
Guía: Salimos de la eucaristía reconfortados con el Cuerpo de Cristo y con la Palabra salvadora; y asumimos el compromiso de ser mensajeros y testigos de Jesús ante la gente.