Casi sin miramientos, el tentador se atreve a desafiar a Jesús poniéndolo a prueba. Jesús, que es “verdadero Dios y hombre”, también es tentado como cualquier persona. El relato de las tentaciones evoca las que vivió el pueblo de Israel en su travesía por el desierto. Es decir, aquellas en que anteriormente el pueblo había sucumbido a la tentación ahora Jesús triunfa. En efecto, ante las tres tentaciones ─número que expresa una totalidad─, Jesús las supera y cumple a cabalidad la misión encomendada por el Padre.
En las tentaciones, Jesús es desafiado a aceptar los límites de su humanidad encarnada: “Haz que estas piedras”… es una invitación a buscar el alimento fuera del proyecto de Dios, poniendo la satisfacción de las necesidades básicas y el bienestar económico por sobre los valores del Reino. “Si tú eres Hijo de Dios…” Sugiere que Jesús se lance desde lo alto porque Dios lo asistirá. Es decir, buscar el camino fácil ante las dificultades, pensando que con abandonarse a una mentalidad milagrera, Dios lo arreglará todo. “Te daré todo esto…” es renegar de Dios para continuar creyendo en otros falsos dioses. Es creer que sometiéndose a los ídolos de este mundo (dinero, placer y poder), al margen de Dios, se puede hacer mucho más por la instauración de su Reino.
De alguna manera, el tentador considera a Jesús como “cualquier hombre” que se rinde ante las grandes tentaciones. “Adorarás al Señor…”, la respuesta del Señor, es la clave para confirmar quién es y cuál es su misión. Al igual que Jesús, como creyentes siempre seremos tentados a renunciar a la libertad de los hijos de Dios, buscando una fe individualista, sin compromiso, y a un Dios milagrero. Esto es lo que el tentador quiere: “alejarnos de Dios”. Sin embargo, somos llamados a superar nuestras propias tentaciones para ser fieles a la vocación cristiana.
“Retírate, Satanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto»” (Mt 4, 10).
P. Fredy Peña T