El discurso de Jesús presagia el fin del Templo de Jerusalén, pero también provoca la pregunta por el cuándo sucederá lo que anuncia de parte de quienes lo siguen. Tres son los motivos que incentivan lo dicho por Jesús: la destrucción del Templo, la venida del Hijo del Hombre y el fin del mundo. Sin embargo, Jesús no sucumbe a la curiosidad de sus oyentes, ya que les responde con una invitación al discernimiento. Este discernimiento supone tomar postura ante las calamidades y catástrofes descritas que padecerá la humanidad y que no necesariamente inician el fin del mundo. Por lo tanto, el discernimiento de estas cosas debe llevar a los seres humanos a querer ser personas libres, sin temor y llenas de vida. De manera que, en toda situación de manipulación e injusticia, pueda nacer la esperanza de una sociedad más humana, justa y fraterna. Así se entiende, por ejemplo, que los “terremotos cósmicos” en boca del evangelista no sean sinónimo de catástrofes naturales, sino una indicación de que algo nuevo está por nacer en la historia, pero que no tardará en manifestarse o plasmarse.
“Antes que estas cosas sucedan, ustedes serán…”, es decir, los que siguen a Jesús habrán de pasar por la persecución, el sacrificio e inclusive por la muerte para dar señal de una fe probada al crisol de contextos muy hostiles. Ser cristiano hoy no es fácil, puesto que siempre se ha de predicar con la propia vida y eso generalmente tiene un costo que nadie quiere pagar. Jesús nos dice que debemos caminar con esperanza y sin temor. Cerca estamos de la ciudad nueva, nacida del Dios de la Alianza, y junto al Señor luchamos por restaurar nuestra fe que aún conservamos por amor a su Reino. En efecto, el universo terminará porque lo que tiene comienzo se acaba; sin embargo, la victoria no la tiene el Mal, sino la fidelidad del amor que Dios posee por sus hijos. Esa ¡es una gran victoria!
“Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder” (Lc 21, 7).
P. Fredy Peña T., ssp