La parábola de la viuda perseverante –que solo encontramos en el evangelio de Lucas− clama la instauración de la justicia en el mundo y presupone el esfuerzo de los creyentes para eliminar toda amenaza al proyecto de Dios. El Señor nos dice: “¡Pidan, y les será dado! ¡Busquen y encontrarán!”. No obstante, los primeros cristianos sentían las mismas dificultades que hoy vive la Iglesia. Estos pasaron por dudas y rogaban por una intervención inminente de Dios, es decir, al igual que la viuda, pedían “justicia”.
La viuda es la imagen de toda persona desprotegida que reclama lo justo, pues ella no tenía un defensor legal –doctores de la ley− que velara por sus derechos, quedando así a merced de jueces deshonestos. El mérito de la viuda está en su insistencia para con el juez, hasta conseguir de él lo que quiere. Lo mismo sucede con nosotros, bajamos los brazos inmediatamente si no vemos resultados pronto. Nos olvidamos de que el camino de la fe es lento y, a veces, doloroso.
La actitud de Jesús hacia el juez injusto que intenta ser ecuánime para librarse de toda molestia, contrasta con la justicia de Dios. Si solo por eso terminó haciendo justicia, ¿cuánto más hará Dios por quienes perseveren en su oración? Sin embargo, la parábola termina con una pregunta desafiante: Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará personas, fe y esperanza? Y en esto consiste la fe: en una petición insistente de su regreso y que mantiene nuestras ansias de espera. Muchas veces la salvación de parte de Dios no viene porque no es invocada sino porque no es deseada. Es cierto que Dios respeta nuestros tiempos de madurez, tiene paciencia y aplaza su regreso, pero solo porque somos indiferentes ante él. Dios quiere donarse y espera de sus hijos su oración, fidelidad y gratitud.
“Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc 18, 8)
P. Fredy Peña T., ssp