En el tiempo de Jesús, el rabinismo había creado sus teorías con respecto a quiénes se salvaban. Los liberales afirmaban que todo el pueblo judío se salvaba; los más radicales sostenían que solo los practicantes alcanzarían la salvación. Pero ambos entendían que la salvación pasaba por el asunto de la raza. Incluso hoy, muchos piensan así, creen que por pertenecer a una iglesia, ostentar títulos cristianos o afiliarse a partidos barnizados de cristianismo es garantía de salvación.
Pero Jesús zanja la pregunta con la parábola de la “puerta cerrada”, donde hay personas que participan de un banquete y otras que quieren entrar, pero no pueden porque resultan tan extrañas para el dueño que no las reconoce. No obstante, están las que se consideran más amigas de Jesús y tienen derechos adquiridos: comieron y bebieron…; y, por tanto, la puerta de la salvación está abierta.
Pero Jesús niega cualquier privilegio: no sé de dónde son… Muchas veces, al igual que el rabinismo y el legalismo fariseo, hoy se piensa que por el hecho de participar en retiros, movimientos cristianos o catequesis la puerta para entrar al banquete está abierta. Lástima que aún no se entienda que esos “derechos” no son garantía alguna, puesto que si no están acompañados por la práctica de la caridad o la justicia, de nada sirven los rezos, las catequesis y los retiros. Lo único que se ha sembrado con esa actitud es una falsa seguridad, pensando que por derecho propio deben ser los primeros en entrar al banquete.
La puerta se declara estrecha, porque el “yo” y las “presunciones” del hombre no pasan por ella, sino que deben morir afuera. Solo Jesús es la puerta y queda fuera aquel que “está bien” y cree vivir en una presunta justicia. Nadie puede decir “yo no tengo pecado”, como tampoco nadie se salva por los méritos propios. ¡Solo Dios salva!
“Traten de entrar por la puerta estrecha… porque muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (Lc 13, 24).
P. Fredy Peña T., ssp