El relato de las tentaciones de Jesús es una catequesis sobre su persona e identidad mesiánica, como también una síntesis de todas las tentaciones que padeció a lo largo de su vida. Ellas evocan lo que el pueblo de Israel sobrellevó en su travesía por el desierto. Allí había sucumbido y ahora Jesús triunfa hasta cumplir con la voluntad de su Padre. La gran tentación para Jesús será abandonar el proyecto salvífico y sucumbir ante el poder y la gloria humana. Por eso prefiere el lugar del mesías de la misericordia y del servicio. Ese lugar donde se privilegien los criterios según el Reino de su Padre y no los de este mundo. De este modo, nos vemos inmersos en descubrir cuál es la voluntad de Dios y luchar incansablemente por realizar la vocación cristiana a la que hemos sido llamados.
Jesús se niega a ser el mesías de la abundancia porque su proyecto va más allá de soluciones mágicas, ya que su propuesta de vida apela a una justa y plena consideración de las personas. Estas han de entender que no todo puede conseguirse de manera fácil, pues solo aquello que cuesta dignifica la vida. Por eso Jesús rehúsa a ser el mesías del poder, no quiere ser el líder político de estructuras sociales injustas. Quiere colocarse en medio de los más débiles como el que “sirve”.
No obstante, su servicio corre el riesgo de no ser reconocido e incluso rechazado. En un mundo donde alcanzar el honor o el prestigio se ha convertido en un valor absoluto, Jesús opta por rehuir de todo aquello y por eso acepta la muerte: “No tentarás al Señor tu Dios”. Hoy, nuestra Iglesia sufre tentaciones y como creyentes también sabemos lo que eso significa. Seguir el ejemplo de Jesús nos previene frente a la divinización del poder y del bienestar. Su testimonio es un ejemplo de cómo podemos superar la tentación, siempre y cuando estemos aferrados a su gracia.
“Pero Jesús le respondió: ´Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios´” (Lc 4, 12)
P. Fredy Peña T., ssp