Natural de Menfis (Egipto), vivió entre los años 251 y 356. Padre del monaquismo, protector de los animales, modelo de vida cristiana, dedicó su vida al Señor. Por su capacidad de sacar de las llamas del infierno a las almas de los pecadores, el día de su fiesta se encienden hogueras en su honor.
San Antonio recibió de sus padres una cuantiosa herencia para cuidar a su hermana menor. Entrando en una iglesia, oyó leer: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres”. Entonces confió su hermana a un grupo de vírgenes consagradas, repartió sus bienes a los vecinos y a los pobres. Luego se retiró al desierto, cerca del mar Rojo, para vivir en penitencia y oración. Pronto se le juntaron un buen grupo de imitadores, que lo nombraron abad. Hizo muchos milagros y ayudó a su amigo san Atanasio en la lucha contra las herejías. Y a pesar de sus privaciones y penitencias, vivió 105 años.
Se lo considera el primer ermitaño, y después de él, muchos adoptaron su estilo, por lo que san Antonio redactó la Regla de vida. Cuando las necesidades de la Iglesia así lo indicaron, san Antonio abandonó por momentos la vida en soledad, ya fuera para estar junto a los cristianos perseguidos o para defender la fe frente a las herejías.