Jesús ordenó a un muerto: ¡Levántate! El difunto se incorporó y comenzó a hablar. Nadie le había pedido ese milagro. Fue fruto de su mirada cariñosa a una madre viuda que quedaba, en este mundo, en una penosa situación.
Imaginemos hoy, con tanta gente en busca de sanaciones, un religioso, de cualquier rito, que simule milagros de este calibre… Arrasa a nivel mundial.
Bien nos cabe una definición de Jesús de la sociedad de su tiempo: “generación incrédula”. No obstante nos vemos tan necesitados de magia y profecías apocalípticas.
No creo que lleguen los tres días de tinieblas, pero, por las dudas, me compro las velas benditas… y pido en la parroquia un litro de agua bendita.
No creo que el santo o la santa me castiguen si no paro en su santuario… pero, por las dudas, paro y dejo mi ofrenda…
No creo que otros tengan poder para hacerme el mal, pero, por las dudas, que no falten agua debajo de la cama, velas, oraciones y aceites para alejar todo daño…
No creo en las cadenas de milagros y amenazas, pero, por las dudas, las difundo…
Qué difícil es creer en un solo Dios. Creemos, pero por las dudas le ponemos también una ficha a las otras creencias.
El evangelio nos muestra, en muchas ocasiones, que la fe es la que obra milagros, y que los milagros no hacen la fe. A Jesús lo veían realizar milagros, pero no creían y lo liquidaron porque molestaba.
También hoy lo que molesta no son los milagros, las apariciones, las visiones… Molesta una fe centrada en el Señor Jesús resucitado y presente en este mundo en nuestros hermanos, a quienes tenemos que tratar como a él mismo. Sobre esto nos juzgará, y no si hemos creído en otras cosas.
Jesús dijo: “joven, Yo te lo ordeno, ¡Levántate!” (Lc 7, 14).
P. Aderico Dolzani, ssp.
Guía: Al prepararnos hoy para la liturgia dominical, pensemos y revisemos nuestras actitudes, pues Dios quiere una religión de amor y misericordia y no de simples ritos.
Guía: Dios es el Dios de la vida no de la muerte. Elías lo invoca; y el niño muerto revive y el profeta lo devuelve a su madre: ¡Mujer, tu hijo vive!
Lectura del primer libro de los Reyes.
En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la viuda que había socorrido al profeta Elías, y su enfermedad se agravó tanto que no, quedó en él aliento de vida. Entonces la mujer dijo a Elías: «¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar mi culpa y hacer morir a mi hijo! » «Dame a tu hijo», respondió Elías. Luego lo tomó del regazo de su madre, lo subió a la habitación; alta donde se alojaba y lo acostó sobre su lecho. E invocó al Señor, diciendo: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir a su hijo?» Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y dijo: «¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este niño!» El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió. Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre. Luego dijo: «Mira, tu hijo vive». La mujer dijo entonces a Elías: «Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca».
Palabra de Dios.
R. Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.
Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.
«Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor». Tú convertiste mi lamento en júbilo: ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
Guía: Pablo afirma haber recibido directamente el evangelio de parte de Dios; y que Dios lo ha escogido desde el seno materno, lo ha llamado y enviado a evangelizar.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia.
Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y cómo aventajaba en el Judaísmo a muchos compatriotas de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 7, 16
Aleluya. Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo. Aleluya.
Guía: En Jesús, Dios ha visitado a su pueblo y lo manifiesta en el extraordinario milagro de Naím.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Palabra del Señor.
Guía: El ofrecimiento del pan y del vino, signo de nuestra entrega al Señor, nos haga crecer en el amor.
Guía: La mejor “vitamina” nos la da hoy la carta de san Juan que nos recuerda que “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16).
Guía: A un mundo ofuscado por el odio, las envidias y el pesimismo, anunciémosle con fuerza el amor misericordioso del Padre Dios.