Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (S). Blanco.
Gloria. Credo. Prefacio propio.
La multitud seguía incondicionalmente a Jesús. No reparaba en incomodidades y distancias. Así es como, una tarde, cuando entraba el sol, continuaban escuchándolo.
En ese momento, para los Apóstoles ya se había terminado el tiempo, por eso le pidieron al maestro que despidiera a toda la gente. Pero para Jesús todavía el tiempo sobraba.
Los Apóstoles consideraban que cada uno debía buscarse algo para comer. En cambio Jesús pensaba que debían ser ellos mismos los que tenían que darles de comer.
A los Apóstoles les hacía falta mucho dinero, unos 200 salarios diarios, cifra lejana a sus posibilidades económicas, para poder darle a cada uno un poco de pan. A Jesús le bastaban cinco panes y dos pescados.
La gente, unos 5000 hombres, quedó admirada del milagro de la multiplicación de los panes y los pescados. Ver cosas maravillosas y comer gratis fue una razón más para seguir a ese Maestro.
Los Apóstoles conocieron ese día la extraña tabla de multiplicar que Jesús coloca en sus manos. Aprendieron que, antes que nada, ellos debían ser el pan bueno que se reparte; que el tiempo es oro y tirano para las cosas de este mundo, pero que, para hacer el bien, no hay hora fijada. La hora de Dios es un momento que nunca se acaba. Sobre todo, aprendieron que lo poco, si se pone en común, siempre se multiplica casi hasta el infinito.
Cada uno de nosotros tiene muchos límites personales, pero, cuando nos ponemos al servicio de los demás, nos multiplicamos, y muchas deficiencias desaparecen.
El pan que ofrecemos en la eucaristía poca cosa es, materialmente hablando, sin embargo, ofrecido en el altar para todos, será la presencia real del Señor.
El tiempo que vivimos se mide por el reloj y el calendario, pero, obrando el bien, se hace felicidad eterna. Dios no tiene reloj ni calendario. Es rico de tiempo.
“Denles ustedes de comer” (Lc 9, 13).
P. Aderico Dolzani, ssp.
Guía: La solemnidad del “Cuerpo y Sangre de Cristo” nos hace revivir la presencia real de Cristo en la eucaristía y nos recuerda la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Es signo de fraternidad.
Guía: Los bienes de la Tierra son creaturas de Dios y por eso él los acepta del hombre; y sirven como “signos” de su relación con él.
Lectura del libro del Génesis.
En aquellos días: Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abrám, diciendo: “¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!”. Y Abrám le dio el diezmo de todo.
Palabra de Dios.
R. Tú eres Sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.
Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies”. R.
El Señor extenderá el poder de tu cetro: “¡Domina desde Sión, en medio de tus enemigos!” R.
“Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora”. R.
El Señor lo ha jurado y no se retractará: “Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec”. R.
Guía: Pablo nos presenta el primer relato del Nuevo Testamento sobre la eucaristía, como memoria viva de Jesús hasta que vuelva.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
Palabra de Dios.
Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde: * Este es el pan de los ángeles.
Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor. Glorifícalo cuanto puedas, porque él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante. El motivo de alabanza que hoy se nos propone es el pan que da la vida. El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente. Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete. En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua. El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas. Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor. Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación. Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo. Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural. Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades. Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero. Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo. Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado. Es muerte para los pecadores y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios. Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero. La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.
*Éste es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros. Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres. Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes. Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.
ALELUYA Jn 6, 51
Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
Guía: El relato de la multiplicación de los panes encaja bien en la liturgia. Jesús solicita nuestra cooperación para continuar compartiéndolo con la gente.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Él les respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Pero ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente”. Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: “Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas”. Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Palabra del Señor.
Guía: Con los dones del pan y del vino, presentamos nuestra vida, la de nuestros hermanos, sus esperanzas y sacrificios, para que el Señor los transforme con su amor compasivo.
PREPARACIÓN PARA LA COMUNIÓN
Guía: Dice el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mi y yo en él”. No rompamos esa promesa con nuestros pecados.
Guía: Nos hemos alimentado del mismo pan, hemos bebido del mismo cáliz, hemos oído la misma palabra, junto al mismo altar; vayamos ahora a anunciar con la vida que somos hermanos, que Dios nos ama y ama a todos.