Al prepararnos hoy para la liturgia dominical, pensemos y revisemos nuestras actitudes, pues Dios quiere una religión de amor y misericordia y no de simples ritos.
Pedimos perdón por nuestras faltas de amor y de misericordia, cometidas con pensamientos, palabras, obras y omisiones: en nuestra casa, con los vecinos y con nuestros compañeros de trabajo.
Dios es el Dios de la vida no de la muerte. Elías lo invoca; y el niño muerto revive y el profeta lo devuelve a su madre: ¡Mujer, tu hijo vive!
Pablo afirma haber recibido directamente el evangelio de parte de Dios; y que Dios lo ha escogido desde el seno materno, lo ha llamado y enviado a evangelizar.
El ofrecimiento del pan y del vino, signo de nuestra entrega al Señor, nos haga crecer en el amor.
La mejor “vitamina” nos la da hoy la carta de san Juan que nos recuerda que “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).
A un mundo ofuscado por el odio, las envidias y el pesimismo, anunciémosle con fuerza el amor misericordioso del Padre Dios.