Jesús es la propuesta de Dios para crear el mundo nuevo, pero esta es rechazada por las autoridades judías, que quieren un Dios todopoderoso y solucionador de los problemas. No quieren salir del sistema en el cual están cómodamente instalados. Ante la afirmación de Jesús Yo soy el pan bajado del cielo, se preguntan: ¿No es este el hijo de José? ¿Cómo dice que ha bajado…? El ser partícipes del banquete milagroso, como el haber experimentado el poder de Jesús, no ha sido suficiente para admitir su humanidad, familia y origen. Es decir, la humanidad de Jesús es piedra de tropiezo para los líderes; sin embargo, para quienes creen en Jesús, su poder divino descansa en el hombre de Nazareth y en lo que conocemos como el misterio de la encarnación.
Jesús se ha convertido en el punto de referencia para entender quién es Dios y que solo por él se llega al Padre: Nadie va a él, si el Padre no lo atrae… La relación entre el Padre y el Hijo es un vínculo de amor, que solo puede entenderse si se conoce, se ama y se vive como Jesús. Al igual que los líderes judíos, los incrédulos tienden a separar lo divino de lo humano en Jesús. ¡Tanto!, que lo divino pasa a ser algo que está en otra dimensión; o bien lo niegan cuando realmente aquello está tan cercano. Justamente, mientras más humanos, caritativos, compasivos y humildes somos, más comprendemos esa dimensión humana y a la vez divina del propio Jesús.
Asimismo, todo aquel que escuche al Padre y acepte su enseñanza, se adhiere a Jesús. Por tanto, la nueva ley está abierta a la comunidad de los que creen y desean ser discípulos de Jesús. Si los fariseos admitieron la resurrección como fruto de la observancia de la ley, Jesús la garantizó por su adhesión a él, pues la nueva ley que Dios regala a los hombres es con relación a su persona y no otra cosa.
“Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna” (Jn 6, 47).
P. Freddy Peña T., ssp