Los que siguen a Jesús solo lo buscan como un líder que es capaz de solucionar sus problemas sin tener que responsabilizarse de sus vidas. A la pregunta ¿cuándo llegaste? Jesús no responde y va al punto central de la cuestión, sus motivaciones: “Ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque saciaron su hambre…”. Jesús coloca en un fuerte contraste lo que él quiere dar y lo que los hombres buscan. Él nos ofrece el don de su persona: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí…
El pan tiene que ver con la vida y la muerte, pues quien no tiene para comer, muere. Jesús puede dar ese pan y su donación es una promesa que no se compara con ninguna promesa humana, ya que solo él es capaz de saciar la sed de vida. Por eso la pregunta ¿qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? manifiesta que aun el pueblo ve los dones de Dios como objeto de una compraventa. Es una visión errada del proyecto de Dios que permanece hasta hoy. Dios no se regala a sí mismo a cambio de observancias, preceptos o ritos. Su proyecto no tiene precio y es impagable. Lo único que nos pide es que creamos en él.
Al creer en Jesús, el hombre se fía de él. Construye y sostiene su vida a partir de él. Sabemos que la fe no es una certeza intelectual, sino la actitud confiada de una relación entre dos, como lo puede llegar a ser una verdadera amistad. Quien se deja cautivar por Jesús alcanza la Vida eterna, que no comienza después de la muerte, sino que se vive ya en el presente. Quizá más de alguno crea que esta aspiración a la Vida eterna es una utopía, pero hay que sacar la idea falsa de que la Vida eterna es una duración vacía, en la que existimos ilimitadamente, sino que esta es, en sí, desde el inicio, comunión con Jesús, y por medio de él con el Padre y con todos los hombres.
“Yo soy el pan de Vida… el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 34).
P. Freddy Peña T., ssp