La travesía de Jesús por el mar de Galilea recuerda y supera lo hecho por Moisés en su paso por el mar Rojo. Ahora, Jesús es el líder que distribuye el pan a su pueblo como el maná en el desierto. Galilea es una tierra de gente pobre, despreciada y explotada por las autoridades reinantes, pero a pesar de ello siguen a Jesús y él los conduce, dándoles vida y libertad.
Su intervención en la multiplicación de los panes demuestra que todo comienza en él y, por lo tanto, él posee la capacidad de dar a todos lo necesario para su existencia. Por eso, en el discurso del pan vivo, explica cuál es su verdadero don al que remite el signo de la multiplicación: Si depositamos en él falsas expectativas, seremos decepcionados; al contrario, si acogemos sus dones, él nos llevará a una vida más serena y plena.
Asimismo, la respuesta de Felipe a la pregunta de Jesús, “ni doscientas monedas de plata bastarían…”, responde al prototipo de persona que es incapaz de romper esquemas y estructuras, sea por falta de creatividad o por prejuicios heredados. Felipe cree que la causa del hambre del pueblo es por falta de dinero.
En la actualidad, Felipe representa a aquellas personas que dicen que “el problema del hambre en la humanidad no tiene solución. Siempre será así”. Pero la sensibilidad humana de Andrés, cuyo nombre en griego significa humano, simboliza a aquellas personas que se sirven de los pequeños, pero no está convencido de que el hambre pueda superarse a partir de lo poco que un niño tiene: cinco panes y dos pescados.
Sin embargo, la actitud de Andrés desencadena la novedad de Jesús, que, en su orden de sentar a todos a comer, nos dice que cuando las personas obran con libertad, humanidad y madurez, lo poco se vuelve mucho y hasta sobra.
“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6, 11).
P. Freddy Peña T., ssp