Rodrigo Morales M.
Director editorial, San Pablo – Chile
Jesús: ¿Qué quieres que haga por ti? Ciego: Señor, que vea (Lc 18, 35-43). Estas palabras vienen a mi corazón, después de leer este texto del Papa Francisco. Pidamos “ver” que hay una sola tristeza capaz de arruinar nuestras vidas: no ser santos. No asentir a la mejor de las ofertas que nos ofrece el mejor de los padres. Él lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida. No quiere que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada.
Me ha llamado siempre la atención que cada vez que tenemos a un hermano muy enfermo y le proponemos a él o a la familia el sacramento de la Unción de los Enfermos; él o la familia se asusta, pues sienten que la muerte se aproxima. Algo así nos sucede con la santidad. También, en ocasiones, nos parece que ésta es sólo para seres humanos “especiales”. Estas son falsas premisas. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario. No tengas miedo de apuntar más alto.
¿Pero qué es la santidad? Citando a su antecesor, Francisco, nos dice: La santidad no es, sino la caridad plenamente vivida (Benedicto XVI). Toda la ley se resume en: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gál 5, 14).
¿Cómo se llega a la santidad? Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas: “Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras” (San Agustín). Es necesario que cada uno a su modo, haga lo que dice Jesús en el sermón de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-12) y en el hermoso texto del Juicio Final de Mateo (25, 31-46). Aceptar cada día el camino del Evangelio, salir de nuestro cuartel de invierno, aunque nos traiga problemas.
Siempre hay al menos dos posibilidades ante el sufrimiento de los predilectos del Señor. Como la tuvo el Buen Samaritano del Evangelio (Lc 10, 25-37). Nos comenta el Papa: Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura, que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre. ¡Eso es ser cristianos!
En este caminar hacia la santidad, el Sumo Pontífice, nos advierte de dos peligros: uno, separar estas exigencias del Evangelio (sentido social) de nuestra necesaria relación personal con Jesús, y dos, cometer el error de sospechar del compromiso social de los demás, considerándolo, por ejemplo, algo superficial, comunista o populista.
Los peligros, suponen entender la vida cristiana, como un combate permanente, como lo entendió San Pablo (2 Tim 4, 7-8). Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida. Jesús mismo festeja nuestras victorias.
¿Cómo saber si algo viene de Dios? El Papa nos propone: La única forma es el discernimiento, un don que hay que pedir. Si lo pedimos, y lo desarrollamos con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.
Antes de terminar, quiero hacer memoria de dos santos “para mí”. Los vi vivir, con alegría y regocijo la vida. Said Hechem, hombre alegre, sencillo, de profunda oración y solicitud por los sufrientes, especialmente los enfermos, siendo él también uno de ellos. Y la Machi de Ponotro Manqueche, su simpleza y caridad heroica me conmovieron profundamente.
Finalmente, como lo hace el Santo Padre, los invito a acudir a nuestra Madre, quien vivió como nadie las Bienaventuranzas.