Es quien, junto a nuestra madre, nos trajo a este mundo y nos mantuvo en él.
Un hombre, a veces silencioso, que si bien no nos llevó en el vientre, nos ama infinitamente como una madre. Es quien nos proporciona la seguridad, el abrazo que reconforta, el consejo sabio, cuando se le pide, y el llamado de atención, cuando es necesario. Es el puerto al que podemos volver siempre, en cualquier momento de nuestras vidas, con las alas erguidas o abatidos, con la plena certeza de ser recibidos, incondicionalmente, con los brazos abiertos.
Hemos sido amados por él desde que nacimos, porque para cualquier hombre, el momento más álgido de su vida es aquel en que toma a un hijo(a) en sus brazos por primera vez. Desde ese momento, no dejó de amar a sus retoños hasta el final de sus días. El amor paternal es inexpresable, incalculable y eterno.
En algunas oportunidades tenemos discusiones, discrepancias y rupturas con ellos. Pero cuando nosotros nos convertimos en padres, llega el momento de comprenderlos. Uno sabe lo que se experimenta y entiende, en profundidad, el amor filial. Amar mucho no significa ser siempre permisivos.
Papá no es solo quien engendra, sino el que cría, ama y contiene: es el caso de los padres adoptivos y los padrastros, quienes, obviando los lazos genéticos, aman, educan y consienten a esos hijos como propios.
Muchos de ellos son sacrificados, abnegados y admirables: aquellos que tienen hijos con discapacidad, los que hacen también de madres, los papás solteros y los divorciados. Cada uno lleva una pesada carga sobre sus hombros, pero para ellos es lo de menos, porque solo cuenta el amor que sienten por sus criaturas y lo afirman con certeza: “Ser papá es lo mejor que me ha pasado en la vida”.
En Chile celebramos el día del padre el tercer domingo de junio. Con antelación nos preocupamos de comprarle un regalo, organizar una reunión familiar y festejarlo de la mejor manera posible. La verdad es que, a nuestros progenitores, poco les importan los presentes; lo único que ellos quieren ese día es recibir un abrazo, un beso, un “te quiero mucho” de sus hijos y comer algo rico juntos. Así de simple.
A los que ya no tenemos a nuestro querido viejo en la tierra, nos queda ir a visitarlo al camposanto, llevarle un ramillete de flores, rezar por él y decirle que aún lo lloramos, que nunca lo olvidamos, que nos hace falta y que daríamos lo que fuera por abrazarlo, aunque sean cinco minutos y decirle cuánto lo amamos. Feliz día para todos los papás.
En Jesús, María y Pablo,
El Director