En el Credo solemos decir que Jesucristo subió a los cielos y está sentado… La Iglesia, a través del tiempo, ha comprendido que Jesús, después de su muerte y resurrección no vive en los espacios siderales más allá de las nubes, sino que fue glorificado junto al Padre. Esta manifestación de Dios es una forma de representar la falta de su presencia física en este mundo y también su elevación por sobre lo mundano, es decir, su total señorío divino. Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del Reino del Mesías donde el Señor toma posesión de su autoridad, pero no para condenar a nadie sino para actuar en medio de la comunidad creyente.
En un mundo donde la corrupción, la mentira, la soberbia y la impunidad, al parecer, tienen la última palabra, el anuncio de Cristo es más que un desafío. Corremos el riesgo de ser aceptados o rechazados, pues hablar de un Dios que subió a los cielos no es para ingenuos sino para aquellos que aún tienen fe y no desesperan a pesar del Mal reinante. Hubo un tiempo en que hablar del cielo y de la esperanza celestial era como una paranoia. Sin embargo, pensar en él sin un compromiso cristiano, eso sí que es alienación: anhelar el cielo es la meta o esperanza definitiva de todo creyente.
Es imposible continuar contemplando la Ascensión de Jesús sin preguntarnos: ¿Cómo llevar su anuncio a un mundo tan complejo y en crisis de fe? Hay dos peligros que nos pueden desalentar: la muerte y el pecado. Tarde o temprano, la muerte nos tocará; o bien nuestra fragilidad humana hablará más que nuestras propias buenas intenciones; por lo tanto, no desconfiemos del Señor. Él está sentado a la derecha del Padre, pero no acostado, sino que acompaña a la historia y a nosotros con ella.
“Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban…” Mc 15, 20.
P. Freddy Peña T., ssp