La vida y obra de este gran Santo de la Iglesia quiere cautivar muchos corazones e iluminar la vida de fe de personas ávidas por las cosas de Dios. Blanca Castro y Alfredo Barra se han esforzado, por medio de un estudio profundo y espiritual, en la vida de san Antonio de Padua. Su obra invita al lector a interiorizarse en los datos de la vida del Santo, su espiritualidad, su predicación, su influjo religioso y social, así como también los diversos aspectos de su formación teológica y su corta labor evangelizadora, ya que murió a los 36 años (1231).
No obstante, esa exigua tarea apostólica no fue impedimento para que san Antonio diera prueba de su santidad y del amor a Dios. Viniendo de una familia acaudalada y oriundo de Lisboa (s. XII), una de las capitales más antiguas de Europa, con un comercio pujante cuyos principales compradores eran lo árabes y los moros, la vida del Santo se desenvolvió en un contexto en que por el puerto de Lisboa circulaba un gran número de pordioseros y pobres. Por aquella época era muy alto el porcentaje de analfabetismo y solo unos pocos podían educarse.
Los autores, a través de un relato sencillo, hacen un recorrido por el aún vivo legado del Santo. Conocidas son sus obras, sobre todo cuando curaba a los enfermos, convertía a los herejes, tocaba el corazón de los ricos para que asistieran a los más pobres y enseñaba a los menos instruidos, incluso en las cosas de Dios. Además, se hace hincapié en el gran aporte que san Antonio hizo al desarrollo de la espiritualidad franciscana, que se caracterizaba por sus notas de equilibrio y fervor místico. Así llegó a plasmar dos escritos ?sermones? dirigidos a los predicadores y a los profesores de estudios teológicos de la Orden franciscana.
Blanca Castro y Alfredo Barra nos regalan una forma muy sintética, práctica pero sin dejar de ser realista, de los hitos más importantes de san Antonio. Advierten como el rasgo más distintivo de la teología franciscana el papel que juega el amor divino en el mundo de los afectos, de la voluntad y del corazón. Dice el Santo: ”La caridad es el alma de la fe, la hace viva; sin el amor, la fe se muere”. En este sentido, queda la idea póstuma, hasta nuestros días, de que el mundo creyente ha de pensar en la verdadera riqueza, que es la del corazón, en que que siendo buenos, generosos y misericordiosos podemos acumular tesoros para el encuentro definitivo con Dios.
Esta obra confirma el modo en que san Antonio de Padua se ha identificado con el corazón del pueblo, desde el que nacieron los títulos de dispensador de los tesoros celestiales y protector de los pobres, los que fueron avalando su itinerario espiritual. Finalmente, Blanca Castro y Alfredo Barra destacan el gran valor que el Santo daba a la oración, ya que la veía como: una relación de amor, que invita al hombre a conversar dulcemente con el Señor y suscita una alegría inefable que suavemente envuelve el alma.
Fredy Peña Tobar, ssp.