Desde hace ya varias décadas, en una infinidad de medios de comunicación católicos, se ha escrito y hablado, repetida e insistentemente, sobre la urgente necesidad de rescatar el verdadero sentido de la Navidad. No ha sido suficiente, al parecer, y el consumismo desmesurado nos gana cada vez más, porque, definitivamente, no hemos sido capaces de convencer a los fieles que Navidad no es sinónimo de comprar, regalar y llenar la casa de adornos.
Pensemos en los cumpleaños que celebramos, cada tanto, en nuestro entorno, para homenajear a alguien: nos disponemos con tiempo, pensamos qué regalarle, preparamos algo rico para comer, con torta, velas y postre. El asunto se complementa con una decoración festiva que incluye globos y serpentinas. Se cuelga el FELIZ CUMPLEAÑOS (o un gringo HAPPY BIRTHDAY) de cartulina en un lugar destacado y tratamos de que sea una sorpresa. Vienen los regalos, abrazos, buenos deseos, aplausos, sonrisas, apagar coloridas velitas y disfrutamos un lindo momento. El cumpleañero se emociona, agradece el gesto y se da cuenta de que las personas que tiene a su lado lo aman, porque si no fuera así, su fiesta pasaría de largo y nadie lo recordaría.
Cuando celebramos juntos el cumpleaños de un ser querido, esa persona está feliz solo con que estemos unidos. Que hayan aparecido los hermanos, los cuñados, las tías abuelas, los suegros y los nietos. Que estén allí hasta los primos más lejanos que no veíamos hace tiempo. Eso es lo que las personas valoran: nuestra presencia, que nos acordemos de ellos, que nos hayamos dado el tiempo para estar allí y demostrarle que nos importa.
No quisiera repetir argumentos, máximas y citas bíblicas que se emiten todos los años desde los púlpitos respecto a celebrar una Navidad como corresponde: sugiero que le hagamos a Jesús exactamente lo mismo que hacemos para los cumpleaños de nuestros cercanos: frente al pesebre, cantemos, tomados de las manos, el cumpleaños feliz y que estemos contentos de estar unidos en torno a una mesa llena de comida rica para compartir, también con los más queridos por Jesús, los pobres.
Sin el niño Jesús, la Navidad no existe. Celebremos su cumpleaños. Jesús no espera regalos. Él es el regalo.
En Jesús, María y Pablo:
El Director