Cuando se piensa en la vida de los Santos se cree que estos no pasaron por vicisitudes o problemas. Pero la realidad nos dice otra cosa y la vida de don Orione tiene ese encanto y misterio. Nació en la zona norte de Italia, proviene de una familia humilde y de tres hermanos. Su madre se dedicaba a las labores de casa y su padre pasaba largos períodos de tiempo fuera de esta por su trabajo. A pesar de la ausencia de su padre, don Orione pudo fraguar una vida con convicciones morales y cristianas firmes, sintiéndose amado por su familia y por Dios. Vivió en un contexto en el que Italia padecía todo el proceso conocido como el “Resurgimiento” (s. XIX); en medio de una discrepancia política que se dirimía entre el conservadurismo y el poder de la liberación y la defensa de los pueblos oprimidos. Fue una época que se caracterizó por el esfuerzo de unificación de todos los estados italianos. No obstante, este entorno no mermó las aspiraciones e ideales del Santo, puesto que su infancia y parte de su adolescencia las vivió bajo el alero de una familia unida.
El autor destaca que, una vez ordenado sacerdote, don Orione se interesó por los problemas sociales de su época. Su pasión por mejorar la calidad de vida de muchos jóvenes y niños, que hoy llamaríamos “en riesgo social”, le permitió organizar a los laicos italianos y aportar lo necesario en los ámbitos de la educación, la unidad de las personas y la vinculación del cristianismo con el mundo obrero.
Alfredo Barra rescata de don Orione esa visión caritativa y actualizada que tenía de la realidad social. Fue esa visión que llevó al Santo a crear obras de caridad, como la fundación de colonias agrícolas para los menos capacitados y revivir las ermitas como lugares de penitencia y oración. Todo lo hizo por la inspiración de la caridad cristiana y gracias a benefactores que creían en su testimonio de vida, pues veían en él a un “hombre de Dios”.
La personalidad y el carisma de don Orione le valieron la estima personal de los papas y de las autoridades de la Santa Sede. La confianza de la jerarquía eclesiástica le permitió abordar delicados problemas y curar heridas de la Iglesia, sobre todo las relaciones con el mundo civil. Además, sus dotes de buen predicador, confesor y su amor por Jesús y la Virgen María Inmaculada lo llevaron adelante en otras obras, como los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona y de la Virgen de Caravaggio en Fumo.
El testimonio de vida de don Orione es un verdadero acicate para aquel lector que quiere encontrar los rasgos de un “hombre de Dios” que, como muchos santos, se entregó a la causa de Dios y buscó instaurar su Reino en medio de los hombres.
Fredy Peña T., ssp.
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Increíble