Dios aparece como el dueño de la viña y se preocupa por su pueblo. Si bien la viña cumple con todos los requisitos para dar sus frutos, nada asegura una producción ventajosa. Dios no quiere nada para sí. ¿Qué busca?: Frutos de justicia y de derecho que susciten buenos vínculos. El hombre que planta una viña y la alquila, lógicamente reclama los frutos que le corresponden, pero los viñadores se niegan a dárselos, maltratan a los criados y matan a su hijo.
Jesús da entender de qué manera los profetas han padecido un clima de violencia. Unos fueron golpeados, otros muertos o apedreados. Pero Dios no se cansa de enviar a defensores de su justicia y del derecho. Esa actitud hostil de los líderes injustos la vivimos desde aquel tiempo hasta hoy.
Aprendemos que Jesús viene en la persona de todo niño que está en el seno de su madre y quiere nacer a la vida, pero los que están a favor del aborto lo rechazan antes de que vea la luz. Somos testigos de cómo muchos cristianos quieren testimoniar su amor a Dios por el mundo y mueren mártires porque su pensamiento no coincide ni representa al dios del lugar o los intereses de los poderosos.
El rechazo de los viñadores asesinos parece no tener sanción y son pocos los que lo denuncian. Jesús lo denunció y obtuvo por ello la trama bien urdida de su muerte por los líderes que defendían la injusticia.
El mundo está lleno de viñadores asesinos que viven en la oscuridad y no en la luz, en la mentira y no en la verdad, en la corrupción y no en la honestidad. Jesús, como piedra angular (Salmo 118, 22s.) supone no solo una referencia a su muerte, sino también a su resurrección. Él sostiene en lo alto a su Iglesia, es el apoyo del nuevo pueblo de Dios y da a sus testigos la capacidad de producir frutos de justicia y de derecho.
“…los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”. Mt 21, 31.
P. Fredy Peña T., ssp