24º durante el año. Verde.
Gloria. Credo. Prefacio dominical durante el año. Semana 4ª del Salterio.
Dios, Juez justo
No hay ocasión en los evangelios donde no aparezca una referencia con relación a la necesidad de perdonar a los que nos han ofendido. Jesús nos dice que para entrar en el Reino de los Cielos se debe superar la justicia de los doctores de la ley y de los fariseos. En la parábola del rey, si el empleado hubiera sido sentenciado, habría sido vendido como esclavo, junto a su mujer e hijos. Este rey podría haber sido más implacable. Sin embargo, tuvo compasión y le perdonó la deuda.
La pregunta de Pedro manifiesta un perdón “cuantificado” hasta solo “siete” veces, es decir, hay una buena voluntad que supera la justicia de los hombres, pero no la de Dios. Jesús nos indica que el perdón no es cuestión de cantidad sino de cualidad. Si no es total y continuo, no es perdón. La deuda que reclama el servidor perdonado a su compañero es irrisoria, no tuvo compasión y lo condenó a la cárcel sin posibilidad alguna de reivindicarse.
¿De qué manera condenamos las ofensas recibidas? Nuestro orgullo y amor propio se sobreponen a la capacidad de perdonar. Impedimos que los demás sean libres y los confinamos a la cárcel de la indiferencia. Preferimos ahondar en la ofensa o el daño que hemos sufrido por parte de nuestro prójimo y nos olvidamos de que Dios sabrá dar a cada uno según la medida de sus sentimientos e intenciones.
En el Padrenuestro decimos: “Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Al pedir a Dios esto, tal vez él podría haber considerado esta condición: “que nos perdone solo en la medida en que ya hayamos perdonado a los que nos han ofendido”. No estaría mal pensar que nuestro “deber” de perdonar es tan vinculante y esencial, que Jesús pudo habernos enseñado a rezar así: “No nos perdones si no hemos perdonado nosotros”. Pero, no: “… hasta setenta veces siete”, es decir, “siempre”.
“Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, Mt 18, 22.
P. Fredy Peña T., ssp
1ª LECTURA Ecli 27, 30—28, 7
Lectura del libro del Eclesiástico.
El rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados. Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane? No tiene piedad de un hombre semejante a él ¡y se atreve a implorar por sus pecados! Él, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados? Acuérdate del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel a los mandamientos; acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa. Palabra de Dios.
Comentario: “Ojo por ojo, diente por diente”, la sentencia del Sirácida es clara ante la ley del talión; pues viene a abolir esa enseñanza. Ahora, habrá que tener en cuenta que si los hombres no olvidan los agravios del prójimo, tampoco Dios les perdonará las ofensas cometidas contra él. Por eso, el que perdone a su prójimo será perdonado por Dios.
SALMO Sal 102, 1-4. 9-12
R. El Señor es bondadoso y compasivo.
Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. R.
No acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. R.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. R.
2ª LECTURA Rom 14, 7-9
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo invita a que la regla de oro para una sana convivencia es que cada una de las partes acepte la existencia de la otra y asuma una postura. Es decir, los “débiles” no condenen a los “fuertes” y que “los fuertes” no desprecien a los “débiles”. El Señor es el único que puede pronunciar una palabra definitiva sobre el hombre.
ALELUIA Jn 13, 34
Aleluia. «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros, así como Yo los he amado», dice el Señor. Aleluia.
EVANGELIO Mt 18, 21-35
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Se acercó Pedro y dijo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Dame un plazo y te pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos». Palabra del Señor.
Comentario: La parábola es como un drama en cuatro actos: deuda, misericordia, crueldad y justicia. La “venganza” era una ley sagrada en todo el Oriente, el “perdón” era humillante. Sin embargo, Dios abre la gracia de su misericordia de una manera insospechada, lástima que la actitud del siervo despiadado rechace esa consideración y manifieste la ruindad de su corazón egoísta.