Se dice que Jesús recurría a las parábolas para hacerse entender mejor; sin embargo, más allá de su función pedagógica, estas buscaban revelar el misterio del Reino. En la parábola de la cizaña, Jesús critica el apuro de los discípulos y de las comunidades cristianas al querer separar entre buenos y malos. Estos, a semejanza de los fariseos y esenios, querían formar comunidades “puras”, huyendo de la realidad (esenios), o considerándose de “élite” (fariseos) por ser instruidos en la Ley.
La comunidad creyente está confundida, ya que en medio del trigo muestra que la sociedad es un campo de siembras diferentes y que allí crece también la cizaña. Se preguntan si Jesús es realmente el Mesías de la justicia, si no ¿cómo se explica el crecimiento de la injusticia? Hoy, muchos desearían ver a Dios precipitarse a la tierra y cortar las malas yerbas de la sociedad: los que están a favor del aborto, los que trafican con personas, los matones de oficio, los corruptos de corbata, los zares de las drogas y todos aquellos que abusan del bien y de la buena voluntad del otro.
No sea que al arrancar la cizaña… Dios es paciente, respeta la libertad hasta el punto de tolerar el mal hasta el día del juicio. No obliga a nadie a que evite el mal y obre el bien, sino que nos da el tiempo necesario para arrepentirnos y cambiar de vida. Es decir, por juzgar a la ligera podemos calificar de malo a alguien o algo. Esto sería un gran error, ya que no debemos juzgar los actos de nadie, pues eso es un derecho solo de Dios.
A su vez, la parábola de la levadura contrapone el poco al mucho. En efecto, la cantidad de levadura es insignificante ante tanta harina. Sin embargo, esta aumenta dentro de ella, como si la mujer escondiera la levadura en la harina. En Israel, hacer pan era menester confiado a la mujer, pues debían hacerlo todos los días, era su alimento básico. Asimismo, Jesús afirma que es la justicia que levantará a toda la humanidad, pues tiene el poder de contagiar y levantar toda la masa. Por tanto, el Reino se confía a los pequeños, pobres y marginados. Allí es donde él asume su propia forma y vitalidad, en la medida que lo “insignificante” sea el lugar propicio para la obra de Dios.
“Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre”, Mt 13, 43.
P. Fredy Peña T., ssp