Jesús sufre el rechazo por parte de las autoridades políticas y religiosas de su época. Estos sabios e inteligentes no aceptaban su señorío, sus enseñanzas y pertenecían a una élite, que catalogaba al pueblo de “maldito” por el solo hecho de no conocer, entender y no practicar la Ley. Pensaban que Dios estaba lejos de los que eran incultos y pobres. Dice Jesús: revelaste estas cosas a los más pequeños… esta élite no es capaz de reconocer y percibir que estar a favor de los más postergados, es contribuir al proyecto de Dios. Su autosuficiencia y seguridad los ha llevado a menospreciar a las clases más populares. ¿Será que la élite está condenada al fatalismo deseado por Dios? Ciertamente que no; pero Dios no se oculta, él se revela en su Hijo. El problema con los sabios e inteligentes es que por considerarse una “élite”, ya rechazaron lo que Jesús dijo e hizo.
Nos encontramos con un problema muy actual que es el de la autoridad. Jesús entró en conflicto con los mandos religiosos y políticos. Su autoridad no vino para ser aplaudida o servida, sino para ponerla al servicio de los pequeños del Reino. La autoridad de Jesús se va revelando a través de sus dichos y obras, solo así su Padre actúa en él. Cuántas veces anhelamos que Dios se manifieste y diga ¡basta! a tanta iniquidad, soberbia y estupidez. Sin embargo, Jesús no se muestra en esos corazones que aún no asumen su responsabilidad a favor de los más pequeños. Es inútil atribuir a Dios lo que es consecuencia de la propia autosuficiencia y ceguedad de un corazón egoísta.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados… es la invitación para abrazar, cada vez que la vida no nos sonríe y quedamos perplejos esperando que alguien nos considere. Sin Jesús arrastramos nuestro yugo con amargo dolor, con Jesús lo llevamos en lágrimas de amor. Entonces ¿cuál es la novedad de su yugo? Es que él trae una forma nueva de enseñar y vivir la ley: incorpora a los más postergados de la sociedad, para vivir en la justicia y en la misericordia, que vienen de él y del Padre.
“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, Mt 11, 28.
P. Fredy Peña T., ssp