Domingo de Pentecostés (S). Rojo.
Gloria. Secuencia. Credo. Prefacio propio.
¡La Paz esté con ustedes!
Ese día de Pentecostés, los discípulos recordaron las palabras de Jesús: Reciban el Espíritu Santo… Ahora, ellos verán las cosas con mayor claridad, tendrán que salir de Jerusalén y entrar en el mundo de los paganos, porque también han sido llamados a la fe. Jesús les dice la paz esté con ustedes, él puede dar la paz, porque ha sido el vencedor del mundo y de la muerte. Su saludo es el saludo del triunfador que aún tiene en sí los signos de la victoria en sus manos y en su costado. Estos son la prueba del amor que él nos tiene. Sin embargo, nos cuesta entrar en la dinámica de la confianza de los hijos de Dios.
No reconocer en Jesús que él viene del Padre y que nos ha dejado un aliado, el Espíritu Santo, es continuar viendo esa presencia de manera sesgada. La falta de fe nos lleva a participar de un gozo condicionado, sin la alegría que mostraron los discípulos al ver al Señor.
Por medio del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús podrán llevar a cabo la misión encomendada: animar a la comunidad, asistir a los débiles, respetar la diferencia y, lo más difícil: perdonar las ofensas. En la vida hay ofensas que cuesta perdonar y no solamente por una cuestión de sensibilidad. Lo que duele más es la forma, el momento y quién nos ofendió. Para el evangelista Juan, el pecado es aquel acto que va en contra de la libertad y de la vida.
Entonces, ¿qué significa perdonar la ofensa, la corrupción, el abuso de poder, la mentira, la infidelidad? Imploramos el juicio de Dios y quisiéramos que él hiciera justicia por nosotros. Pero Jesús da el poder de perdonar o no perdonar. Somos testigos de este poder y vamos discerniendo dónde está la vida y dónde se esconde la muerte.
Jesús va tocando el corazón de quienes lo imitan y desenmascara los intereses ocultos de los poderosos. Habrá quien lo acepte y se endurezca en una actitud hostil al hombre, rechazando el amor de Jesús. No es tarea de la comunidad juzgar a los hombres. Su juicio, como el de Jesús, es el de constatar y confirmar el juicio que el hombre debe hacer de sí mismo ante el proyecto de Dios.
“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”, Jn 20, 21.
P. Fredy Peña, ssp.
1ª LECTURA Gn 11, 1-9
Lectura del libro del Génesis.
Después del Diluvio, todo el mundo hablaba una misma lengua y empleaba las mismas palabras. Y cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Entonces se dijeron unos a otros: «¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslos a cocer al fuego». Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de mezcla. Después dijeron: «Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra». Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y dijo: «Si esta es la primera obra que realizan, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y todos hablen la misma lengua. Bajemos entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros». Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad. Por eso se llamó Babel: allí, en efecto, el Señor confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra. Palabra de Dios.
SALMO Sal 103, 1-2. 24. 27-28. 29-30
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. R.
Bendice al Señor alma mía: ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! R.
Todos esperan de ti que les des la comida a su tiempo: se la das, y ellos la recogen; abres tu mano, y quedan saciados. R.
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.
2ª LECTURA Rom 8, 22-27
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no solo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿Acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia. Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina. Palabra de Dios.
Comentario: La metáfora, tomada de los dolores del parto, indica que el “destino trascendente” dado por Dios a la creación no es algo discontinuo y prefabricado, sino que está en íntima relación con la realidad evolutiva de un mundo que va gestando en su seno otro mundo, que no será distinto de este, aunque lo supere en plenitud.
ALELUIA
Aleluia. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluia.
EVANGELIO Jn 7, 37-39
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
El último día de la fiesta de las Chozas, que era el más solemne, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: «El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: «De sus entrañas brotarán manantiales de agua viva». Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en Él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado. Palabra del Señor.
MOTIVACIÓN DE ENTRADA
Guía: Ninguna fiesta, como Pentecostés, nos recuerda que “nosotros somos Iglesia”, somos la Iglesia. La liturgia nos ofrece una oportunidad única para revivir nuestra vocación misionera.
1ª LECTURA Hech 2, 1-11
Guía: El relato de Pentecostés reafirma la universalidad de la Iglesia, de su misión y del empeño de todos para construir la unidad en Cristo.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios». Palabra de Dios.
Comentario: Pentecostés era una tradicional fiesta de los judíos y muchos venían de diversas regiones para asistir a la liturgia del Templo. Ese día, sin duda que hubo una manifestación visible del Espíritu para una Iglesia que nacía. Desde ese momento, la vocación eclesial será la vida en comunión, la solidaridad con el mundo y el anuncio del evangelio a todos los hombres, respetando y conociendo sus diversidades.
SALMO Sal 103, 1. 24. 29-31. 34
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.
2ª LECTURA 1Cor 12, 3-7. 12-13
Guía: La diversidad de dones que se dan en la Iglesia es signo de la fecundidad del Espíritu Santo. Los dones son dados para responder a los diferentes servicios comunitarios.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es el Señor» si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros y, sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. Palabra de Dios.
Comentario: En la sociedad podrá haber diferencias sociales, y hasta “castas” diferenciadas; sin embargo, en la Iglesia, si bien hay roles y servicios particulares, nadie es superior a otro. Y como esto es casi imposible lograrlo desde nuestra debilidad humana, es el Espíritu Santo quien nos hace comunidad unida y solidaria. Si somos fieles al Espíritu, no debería existir la marginación en la Iglesia.
SECUENCIA
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
ALELUIA
Aleluia. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluia.
EVANGELIO Jn 20, 19-23
Guía: La aparición a los discípulos miedosos, en la tarde de la primera pascua cristiana, ofrece a Jesús la oportunidad de darles la misión y el Espíritu Santo para cumplirla.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan ». Palabra del Señor.
Comentario: Una vez que se aparece el Señor con sus llagas, y les da la paz a sus discípulos, comienza una nueva etapa para la Iglesia. Esta tendrá que confirmar su alegría haciendo las cosas que hizo el propio Jesús. Además, el poder entregado a sus discípulos ha de ser administrado de acuerdo con las enseñanzas del Maestro.
PRESENTACIÓN DE LAs OFRENDAS
Guía: El Espíritu Santo es el que santifica los dones del pan y del vino; al ofrecerlos hoy, pedimos que ese mismo Espíritu reúna a todos los pueblos en derredor del único altar.
PREPARACIÓN PARA LA COMUNIÓN
Guía: En el momento de la comunión hoy suplicamos: Espíritu divino, borra nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas”.
DESPEDIDA
Guía: Con Pentecostés comienza el tiempo de la Iglesia. Enviada a evangelizar a todo el mundo, el Espíritu de Jesús la guía y acompaña, hasta el fin. La Iglesia somos nosotros. ¡No lo olvidemos!