La Resurrección de Cristo cambió el alma de los apóstoles llenando su corazón de esperanza y coraje. Desde entonces, ellos sintieron la misión de “ir por el mundo anunciando a todos la buena noticia”. Es la noticia que no podemos silenciar y que nos llena de esperanza, cuando vemos que existen hoy tantos sufrimientos, divisiones, injusticias y soledades.
El mensaje central del cristianismo se afirma y tiene su consistencia en la resurrección de Jesús que, pasando por la cruz, se encuentra con su Padre. De algún modo, Dios, “en unión con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar con El en el cielo”.
Jesús nos abrió el camino de total confianza, de acatamiento, de intimidad, de alegría, de cariño, que es la actitud del verdadero hijo, y nos invita a seguirlo. Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del padre. La resurrección de Jesús puede ayudarnos a tener una mirada nueva más objetiva de nuestra realidad. No se trata de ocultar los problemas, sino de enfrentarlos desde la perspectiva de Dios.
La Pascua rehace nuestra esperanza sobre sólidos cimientos, nos da la certeza de que la fuerza de Dios puede manifestarse en la dificultad. La pascua proclama el paso de Dios por estas situaciones dolorosas, proponiéndonos elevar la mirada sin fanatismos y con actitud más humana. Ella nos permite afinar nuestros criterios. En la dificultad podemos comprender que las personas son más importantes que las cosas, que la grandeza espiritual da más calidad a la vida que el bienestar material y que la solidaridad entre nosotros nos hace felices y debe estar al centro de nuestra cultura. La Pascua ubica nuestra vida en una perspectiva más amplia de eternidad y de confianza en Dios.
María acompañó a su Hijo en la cruz y esperó la Pascua con confianza. Que ella nos ayude a vivir la Pascua en nuestro tiempo; a dejar pasar a Dios por el medio de nuestras vidas, haciendo florecer los desiertos, dando ánimo a los afligidos y enderezando los caminos del encuentro.
Mons. Francisco Javier Errázuriz
Arzobispo emérito de Santiago
(Fragmentos de la Homilía de Vigilia Pascual, 3 de abril de 1999)