Hace unos años, el papa emérito Benedicto XVI expresaba que aquello de felicitar en las Fiestas Navidades (Pascuas) es para recordarnos que Dios nos ama. Durante este mes que celebraremos el Nacimiento de Jesús, es oportuno pensar en estas palabras suyas: “Las fiestas que se avecinan están perdiendo progresivamente su valor religioso, es importante que los signos externos de estos días no nos alejen del significado genuino del misterio que celebramos”.
En esta línea releamos al apóstol Pablo para no quedarnos en el romanticismo del pesebre y los regalos de la Navidad, e ir a la esencia del porqué la Iglesia recuerda la primera venida de Jesús a este mundo. Escribiendo a los romanos, el Apóstol expresaba: “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado… Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Cfr. Rom 5, 6-8).
En efecto, las primeras comunidades cristianas no tenían en su calendario celebrar el cumpleaños de Jesús, se detenían en sus palabras, milagros, muerte y resurrección. Hay que llegar al siglo IV del cristianismo para encontrar estas celebraciones litúrgicas de la Navidad y hasta el año 1223 para que san Francisco de Asís hiciera el primer pesebre de la historia. Solos los evangelios de Mateo y Lucas recuerdan que Jesús nació en Belén de Judá, de la Virgen María, desposada con José, pero sin que ella hubiese conocido varón.
Es necesario entonces recuperar la memoria de lo esencial de las Fiestas Navideñas, basados en las enseñanzas de Pablo: “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Filp 2, 6-7).
Solo quien ama puede bajarse del podio para ponerse a la altura de los más pequeños y humildes; servirlos y amarlos incondicionalmente. Y justamente, en este gesto encontramos el máximo amor que Dios nos tiene en Jesucristo, nacido en una humilde pesebrera.
Que en estas fiestas experimentemos fuertemente el amor de Dios sobre nosotros y el mundo entero. Y cuando reine el amor de Dios, con alegría descubriremos que desaparecen los odios y las guerras, primando el perdón y la reconciliación, y él entonces nos abrazará para susurrarnos al oído que nos sigue amando y que tengamos el coraje de salir de nosotros y amar como él nos ha amado. Y saludar a nuestros familiares, compañeros de trabajo, vecinos y amigos diciéndoles: DIOS TE AMA ¡FELIZ NAVIDAD!
Dios les bendiga,
P. Martín Dolzani, ssp.