Gloria. Credo. Prefacio de Pascua.
Durante la Última Cena, en la intimidad, Jesús revela a los suyos que morirá, resucitará, que se irá y volverá; y que además, estará presente con ellos hasta el fin de los tiempos. En el cierre de la velada, les regala la paz, Shalom, en hebreo, una palabra muy utilizada y conocida en su tiempo. Era el saludo cotidiano, la expresión de un buen deseo y bendición, era la esperanza del pueblo que vivía tiempos de tiranías.
Esta palabra evoca también a Gedeón que había levantado un altar a “Yahvéh Shalom”, es decir, Yahvéh de la paz; al rey ideal del Antiguo Testamento, Salomón, “el pacífico”; a Isaías que había anunciado un Mesías de paz, y al libro de la Sabiduría que había añadido un contenido nuevo a la palabra: “las almas de los justos descansan en paz”.
Cuando Jesús comunicaba la paz a sus discípulos, encontraba en ellos un eco muy profundo. En nuestro lenguaje, la paz, significa una situación tranquila, ordenada, a veces sin distinguir entre una paz impuesta y fruto de tratados, y el don de la paz interior de las personas, de las familias, de los grupos y de las comunidades.
La paz, como ausencia de guerra y de conflictos, es una paz muy frágil. De hecho, se rompe fácilmente por venganzas, viejos rencores, guerras y violencias.
Vivimos en un mundo de exigencias, tensiones, violencias e imposiciones. En nuestro tiempo, la paz es realmente escasa, y las enfermedades del alma –estrés, neurosis, depresiones y miedos– abundan.
La paz de Cristo es el fruto de su presencia en nosotros porque su gracia recompone el orden interior de nuestra persona. No nos soluciona los problemas, ni nuestros límites se borran. Pero con su presencia nada nos atemoriza.
“Les dejo la paz, les doy mi paz” (Jn 14, 27).
P. Aderico Dolzani, ssp.
Guía: La liturgia de hoy nos presenta a Jesús que promete el Espíritu Santo a sus discípulos, y les pide que atestigüen su presencia redentora en el mundo con el amor al prójimo.
Guía: El relato del Concilio de Jerusalén –el primero en la historia de la Iglesia– revela la existencia de problemas entre los creyentes, pero también la presencia liberadora del Espíritu.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
Algunas personas venidas de Judea a Antioquía enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros Entonces los Apóstoles, los presbíteros y la Iglesia entera, decidieron elegir a algunos de ellos y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, llamado Barsabás, y a Silas, hombres eminentes entre los hermanos, y les encomendaron llevar la siguiente carta: «Los Apóstoles y los presbíteros saludamos fraternalmente a los hermanos de origen pagano, que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiéndonos enterado de que algunos de los nuestros, sin mandato de nuestra parte, han sembrado entre ustedes la inquietud y provocado el desconcierto, hemos decidido de común acuerdo elegir a unos delegados y enviárselos junto con nuestros queridos Bernabé y Pablo, los cuales han consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso les enviamos a Judas y a Silas, quienes les transmitirán de viva voz este mismo mensaje. El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables, a saber: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de las uniones ilegales. Harán bien en cumplir todo esto. Adiós».
Palabra de Dios.
R. A Dios den gracias los pueblos, alaben los pueblos a Dios.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones. R.
Que todos los pueblos te den gracias. Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra. R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor, que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra. R.
Guía: Con el simbolismo de la luz, san Juan nos presenta la ciudad celestial que no necesita de santuario, porque el mismo Dios es su santuario.
Lectura del libro del Apocalipsis.
El Ángel me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de, las perlas, como una piedra de jaspe cristalino. Estaba rodeada por una muralla de gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas había doce ángeles y estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Tres puertas miraban al este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste. La muralla de la Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero. No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Y la Ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 14, 23
Aleluya. «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará e iremos a él», dice el Señor. Aleluya.
Guía: Un pequeño compendio de vida trinitaria: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo irán a vivir en quien ama a Jesús y cumple su palabra.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Palabra del Señor.
Guía: Presentamos al Señor, con el pan y el vino, los frutos de nuestra confirmación: testimonio, misión y aceptación alegre de nuestras cruces en el amor.
Guía: “Si me aman –dice el Señor– cumplan mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y él les dará otro consolador que permanecerá con ustedes para siempre” (Jn 14, 15-16).
Guía: El cristiano es el que sabe dar razón de su esperanza por la fuerza de su fe en Dios, y gracias al amor que le infunde el Espíritu Santo. Vayamos a anunciar la Buena Nueva.