Domingo de Ramos de la Pasión del Señor. Rojo.
Credo. Prefacio propio. Jornada mundial de la juventud. No se dice Gloria.
Yo no habría sido cobarde
En esta semana escucharemos dos veces el relato de la Pasión: hoy y el viernes. Si pensamos que estos relatos y el de la resurrección fueron el primer núcleo de la predicación de los Apóstoles, celebraremos mejor estos días de gracia.
Cuando en estos días participamos en las celebraciones, se despiertan sentimientos que pueden ser parte de nuestra oración para no caer en las fantasías.
Pueden embargarnos la angustia, la compasión o la indignación por una muerte tan injusta. Si toda muerte, incluso la de un criminal, es injusta, más aún la de un inocente. Puede surgir la tentación de decir: «yo no lo habría hecho», o «yo no me habría comportado como Poncio Pilato, Herodes, y, mucho menos, como Judas».
Tampoco es simpática la actitud de Pedro y los Apóstoles, tan valientes con las palabras y tan cobardes con los hechos.
En ese momento, Poncio Pilato no imaginaba que sería juzgado por lavarse las manos, ni Herodes por su ambición. Los Apóstoles pensaron que era lo único que podían hacer para salvar la vida. El miedo había confundido su razón y hecho añicos sus sentimientos.
Por no hacerse cargo de la vida de un hombre, Poncio Pilato y Herodes renunciaron a la responsabilidad de gobernar. La solemne promesa de Pedro de ir a la cárcel, y hasta morir por Jesús, se derrumbó frente a la pregunta de una empleada.
Todos traicionaron a Jesús, pero hubo un gran contraste entre quienes reflexionaron sobre el mal cometido y los que ni se dieron cuenta de la injusticia consumada. A Pedro le bastó con una mirada de Jesús para recordar todas sus palabras y comenzar a llorar su pecado.
Cuando alguien sufre, somos nosotros los que ocupamos el lugar de Poncio Pilato, de Herodes y de todos aquellos que lo traicionaron. No hay una razón para pensar que nosotros no lo habríamos hecho.
Pedro comenzó a maldecir y jurar que no conocía a ese hombre (Mc 14, 71).
P. Aderico Dolzani, ssp.
La entrada solemne, pero no la procesión, puede repetirse antes de aquellas misas que se celebran con gran asistencia de fieles.
Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén.
PROCESIÓN
A una hora adecuada, el pueblo se reúne en una iglesia menor o en otro lugar apto, pero fuera del templo hacia el cual se ha de dirigir la procesión. Los fieles tienen los ramos en sus manos.
El sacerdote y los ministros, revestidos con los ornamentos rojos requeridos para la misa, se dirigen al lugar donde el pueblo se encuentra congregado. El sacerdote, en lugar de la casulla, puede usar la capa pluvial, que dejará una vez concluida la procesión.
Mientras tanto, se canta la siguiente antífona u otro cántico adecuado.
ANTÍFONA Mt 21, 9
¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en las alturas!
El sacerdote saluda al pueblo de la manera acostumbrada; luego hace una breve monición, en la que invita a los fieles a participar activa y conscientemente en la celebración de este día. Puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes.
Queridos hermanos: Después de haber preparado nuestros corazones desde el comienzo de la Cuaresma por medio de la penitencia, la oración y las obras de caridad, hoy nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor. Este sagrado misterio se realiza por su muerte y resurrección; para ello, Jesús ingresó en Jerusalén, la ciudad santa. Nosotros, llenos de fe y con gran fervor, recordando esta entrada triunfal, sigamos al Señor para que, por la gracia que brota de su cruz, lleguemos a tener parte en su resurrección y en su vida.
Después de esta monición, el sacerdote dice una de las siguientes oraciones, teniendo las manos juntas:
OREMOS
Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición ?estos ramos para que, cuantos seguimos con aclamaciones a Cristo Rey, podamos llegar por él a la Jerusalén celestial. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Y, en silencio, rocía los ramos con agua bendita. Luego se proclama el Evangelio de la entrada del Señor, según uno de los cuatro evangelistas. La lectura la realiza el diácono o, a falta de éste, el mismo sacerdote, en la forma acostumbrada.
EVANGELIO Mc 11, 1-10
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús y los suyos se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: «¿Qué están haciendo?», respondan: «El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida». Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: « ¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!». Palabra del Señor.
Y comienza la procesión hacia la iglesia en la que se celebrará la misa.
Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía. Luego el sacerdote, el diácono o un ministro laico invita a comenzar la procesión con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: Imitemos a la muchedumbre que aclamó a Jesús, y caminemos cantando y glorificando a Dios, unidos por el vínculo de la paz.
Y comienza la procesión hacia la Iglesia en la que se celebrará la Misa.
MOTIVACIÓN DE ENTRADA
Guía: La liturgia eucarística de hoy está centrada en los últimos días de la vida de Jesús. Él ha escogido el camino de la entrega a la voluntad del Padre para redimirnos del pecado y de la muerte. La cruz, que Él acepta libremente, tiene ese sentido.
1ªLECTURA Is 50, 4-7
Lectura del libro de Isaías.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Palabra de Dios.
SALMO Sal 21, 8-9. 17-18 19-20. 23-24
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: “Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”. R.
Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R.
Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: “Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel”. R.
2ª LECTURA Flp 2, 6-11
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”. Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Flp 2, 8-9
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
Para la lectura de la Pasión no se llevan cirios ni incienso, se omite el saludo y la signación del libro. La lectura está a cargo de un diácono o, en su defecto, del mismo sacerdote. Puede también ser encomendada a lectores laicos, reservando al sacerdote, si es posible, la parte correspondiente a Cristo. Solamente los diáconos piden la bendición del celebrante antes de proclamar la Pasión, como se hace antes del Evangelio.
EVANGELIO Mc 14, 1—15, 47
Guía: El relato de Marcos presenta la cruz como algo que los discípulos no comprenden. Con su narración quiere hacernos revivir esa experiencia dolorosa para llegar, como el centurión, a reconocer: Verdaderamente ese hombre es hijo de Dios”.
En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión, se pueden incorporar aclamaciones.
Según las circunstancias, después del relato de la Pasión, puede tenerse una breve homilía.
PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS
Guía: En este ofrecimiento, tengamos presentes las palabras de san Pablo: “Si mueren con Cristo, resucitarán con él”; y la necesidad de unir nuestros sacrificios al sacrificio de Jesús.
PREPARACIÓN A LA COMUNIÓN
Guía: Jesús nos indica, con su vida de anonadamiento, cómo se corresponde a la voluntad del Padre. La comunión con él nos alcanza la fuerza para asumir esa voluntad, siempre difícil.
DESPEDIDA
Guía: Comenzamos hoy la “Semana Santa”. ¡Ojalá sea un tiempo propicio para el silencio, la reflexión, la oración y para un compromiso de amor con la gente, a ejemplo de Jesús que se entregó por la salvación de todos!