El cristiano está llamado a ser levadura en medio del mundo: su inserción en las
actividades humanas debe ser plena, pero sin olvidar nunca que la meta final de la
vida es Dios.
Pedimos perdón: Por no habernos empeñado a fondo en nuestros deberes laborales.
Por la negligencia en el cumplimiento de las pequeñas cosas diarias. Por
cultivar una práctica religiosa alienante.
Primera lectura: Éxodo 17, 8-13.
Este episodio de la historia de Israel pone de relieve la fuerza de la oración continua:
Dios la escucha.
Segunda lectura: 2 Timoteo 3, 14 – 4, 2.
Pablo exhorta con pasión a su discípulo a que se alimente siempre con la palabra
de Dios y que la comunique a tiempo y a destiempo.
Evangelio: Lucas 18, 1-8.
Con la parábola del juez injusto, que finalmente cumple con su deber, Jesús enseña
la eficacia de la oración perseverante: Dios, Padre bueno, escucha a quien le
pide con fe e insistencia.
El pan y el vino que presentamos ante altar son símbolo de unidad y de fraternidad.
Con ese espíritu, ofrecemos nuestro empeño en trabajar para construir un
mundo de hermanos.
La íntima unión con Cristo nos ayude a vivir con plenitud la vida cotidiana y a
crecer en el conocimiento de los bienes definitivos.
En la vuelta a nuestras ocupaciones cotidianas, tratemos de hacer realidad el
mensaje de Cristo. Que no sea algo ocasional del momento del culto, sino que
anime toda nuestra existencia.