Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
En este segundo domingo de agosto, la comunidad cristiana celebra el 19° del Tiempo Ordinario. Ayer, celebró la Fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir de la comunidad de Roma, en el siglo III. Era el encargado de la administración de los bienes de la Iglesia y del cuidado de los pobres. A raíz del asesinato del Papa Sixto II en una persecución religiosa, el gobernador ordena a Lorenzo la entrega de las riquezas de la Iglesia. Su respuesta fue llevarle a los pobres y desamparados. Asume su condena a muerte en plenitud
de fe.
El próximo jueves 15 de agosto la comunidad celebra la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo. Lo que ha acontecido con el Señor Jesús, en su Ascensión al Cielo y en la Virgen santa en su Asunción, es nuestra esperanza, lo que anhelamos como comunidad cristiana. Así lo manifiesta la Oración Colecta de la solemnidad: “Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos que, tendiendo siempre hacia los bienes celestiales, merezcamos participar con Ella de la gloria del cielo”. También en la preparación de los dones, pan y vino, la comunidad pedirá al Señor: “Que, por la intercesión de la santísima Virgen María, elevada al cielo, has que nuestros corazones, encendidos en el fuego de tu amor, tiendan incesantemente hacia ti”. En el corazón de la celebración, en el Prefacio: “Hoy fue elevada al cielo la virgen Madre de Dios, como anticipo e imagen de la perfección que alcanzará la Iglesia, garantía de consuelo y esperanza para el pueblo peregrino”.
En el misterio de la victoria de Cristo, su gloriosa resurrección, encuentra su fundamento esta gran solemnidad. Siendo la santísima Virgen María la primera discípula de Jesús, es también la primera que ha experimentado la salvación por la Pascua de su Hijo, participando de su victoria. En su gracia y por el misterio de la resurrección, Dios Padre que ha resucitado a Cristo su Hijo, la ha glorificado en cuerpo y alma.
En el evangelio de hoy se proclama parte importante del discurso del pan de vida, catequesis de nuestro Señor en la Sinagoga de Cafarnaúm -Juan 6, 41-51- que finaliza con su decisiva aseveración: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (Jn 6, 51).
Como en el domingo precedente, resalta el tema de la fe. Creer en Jesucristo es lo fundamental. La adhesión a Él y a su mensaje es lo prioritario para seguir en el camino de su discipulado y tener vida en Él: “Quien coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (v 51).
Cada domingo es una ocasión privilegiada para nutrirnos en la vida espiritual y así fortalecidos proseguir el camino de seguimiento del Señor. Cada domingo nos brinda la posibilidad de recibir a Cristo: “Pan vivo bajado del cielo”.