Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
La comunidad cristiana celebra este domingo 14 de abril el 3° de Pascua. El ambiente es de gozo por el anuncio de la resurrección del Señor, desde la Vigilia Pascual el pasado sábado 30 de marzo y el domingo de Pascua, el 31. Este gran misterio de la fe, fundamental en la vida del Señor Jesús y principal en el caminar de sus discípulos misioneros, la comunidad lo celebra todos los domingos en la Eucaristía y también en los demás actos litúrgicos. En efecto, somos hijos de la resurrección, vivimos después y a causa de ella. Unida a la Iglesia universal, la comunidad en sus celebraciones tiene siempre presente este misterio.
El Evangelio que se proclama hoy, Lucas 24, 35-48, es el relato de la primera aparición del Señor Resucitado a la comunidad de sus discípulos. El evangelista transmite las reacciones de los apóstoles ante su presencia: “Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma” (v 37). Él, por su parte, busca tranquilizarlos, mientras les enseña sus manos y pies con las llagas de la pasión que sufrió: “¿Por qué se asustan tanto? ¿Por qué tantas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean, un fantasma no tiene carne y hueso, como ven que yo tengo” (vv 38-39). A mayor prueba aún de la verdad de su presencia pide de comer, recibiendo un trozo de pescado asado, que come delante de sus discípulos: “¿Tienen aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia” (vv 41-43).
Finalmente, el Señor acude a la Escritura, abre los corazones y el entendimiento de los suyos a la comprensión que lo anunciado se estaba cumpliendo en plenitud: “Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (v 44), complementando con la verdad de lo acontecido en su persona: “el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén” (vv 46-47). La sentencia final del pasaje es simplemente maravillosa en su contenido y perspectiva: “Ustedes son testigos de todo esto” (v 48).
Cabe la pregunta si, tanto personalmente, como en las familias y comunidades, ¿se vive el gozo profundo de la Pascua? ¿existe un convencimiento verdadero de que la victoria de Cristo es también la nuestra? ¿Nuestros planes, proyectos y prioridades, expresan de algún modo los frutos de la resurrección del Señor, como la paz, la confianza, la esperanza, entre otros?
“Ustedes son testigos de todo esto”, son palabras del Señor resucitado a sus apóstoles, enviados en misión, pues “en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén” (vv 46-47).
La invitación en este domingo es a reflexionar acerca de nuestra misión y del testimonio que nos ha pedido el mismo Señor. El Apóstol Pedro nos da un bello ejemplo al respecto, sobre todo, de gran valentía, al afirmar: “Mientras ustedes dieron muerte al Señor de la vida. Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello” (Hch 3, 15).