En este segundo domingo de agosto –Mes de la Solidaridad- la comunidad cristiana celebra el 19° del tiempo Ordinario. Siempre atenta a la centralidad de la Palabra de Dios, acogerá en la celebración eucarística los siguientes textos bíblicos: 1 Re 19, 9. 11-13; Sal 84, 9-14; Rom 9, 1-5; Mt 14, 22-33.
El texto del Evangelio en referencia es el acontecimiento bíblico de la tempestad calmada -episodio conocido- que finaliza con una verdadera profesión de fe de los discípulos: “Ciertamente eres Hijo de Dios”(v 33).
El relato inicia después de la multiplicación de los panes y de los peces (cfr. Mt 14, 13-21) con la indicación de Mateo: “Después de despedir a la muchedumbre Él subió solo a la montaña a orar” (v 22). Los discípulos, por su parte, estaban en el lago pasando apuros, pues la barca estaba siendo zarandeada, a causa del viento contrario. Tengamos presente que los apóstoles eran pescadores experimentados. El temor se apodera de ellos, cuando “entrada la noche Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago… ¡Es un fantasma!, gritaban de miedo” (vv 25-26). Es la voz del Maestro la que los tranquiliza: “¡Anímense! Soy yo, no teman” (v 27).
El relato prosigue con el episodio de Pedro que pide al Señor ir hacia Él por el agua. Al sentir miedo se hunde y ruega que Él lo salve. Escucha la voz del Señor: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (v 31). Finaliza el episodio con una escena hermosa y profunda: “Cuando subieron a la barca, el viento amainó. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Ciertamente eres Hijo de Dios” (vv 32-33).
La vida y la Iglesia son comparadas frecuentemente con una barca. ¿Nos es verdad que, en nuestra vida personal y familiar, experimentamos con frecuencia problemas, crisis y dificultades, dándonos la impresión que la barca está a punto de hundirse? En efecto, a lo largo de nuestra vida sufrimos tempestades, que pueden provenir desde dentro como de fuera. El grito de Pedro: “¡Señor, sálvame!” (v 30), en no pocas ocasiones es también el nuestro.
Manifestemos al Señor gran gratitud por el don de su Palabra. Ella nos fortalece, brindándonos renovada esperanza para seguir adelante en nuestro camino de vida, afrontando los innumerables desafíos de la cotidianidad, que provienen especialmente de los grandes cambios culturales que afectan nuestro entorno, como al país y el mundo.
Renovémonos hoy en la certeza que con la presencia del Señor Resucitado y de su Espíritu, nuestra barca -personal y familiar, también la barca que es la Iglesia-, podremos asumir los dolores, tristezas, angustias y otros sufrimientos, llamando con fe a la presencia del Señor: “¡Señor, sálvanos!”.
René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena