Queridos amigos, el mes de septiembre es también en Chile el mes de la Biblia.
La Palabra de Dios es el fundamento de nuestra fe y vida cristiana, como también fuente siempre fresca de santidad, conversión y amor al prójimo. Vivamos agradecidos de poder tener en nuestras manos y corazones los textos sagrados que iluminan, sanan, consuelan y animan a seguir a Jesús para dar testimonio de él.
El corazón de las Sagradas Escrituras es: las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12; Lc 6,20-23), el doble amor a Dios y al prójimo (M7 22, 37-39), y el mandamiento nuevo (Jn 13, 34-35). Es sabido que, cada día, la Palabra de Dios nos sorprende e invita a revisar nuestra vida, a discernir la voluntad del Señor, a descubrir nuestra vocación y carismas. Podemos leer muchas veces los mismos textos, escucharlos, meditarlos y siempre son nuevos, frescos y luminosos. Por eso, quien desee ser un verdadero amigo y discípulo de Cristo podrá todos los días leer la Sagrada Escritura, meditarla, estudiarla, compartirla y sobre todo vivirla. Porque es allí donde el Maestro habla al corazón, invita a la intimidad de la oración, y lo más importante, nuestro espíritu se abre y se hace dócil a las mociones del Espíritu Santo.
No obstante, las cruces, las pruebas y noches espirituales “oscuras” se superan y aclaran a la luz de los textos sagrados; nada es demasiado difícil o complicado si en ella nos apoyamos. Sobre todo, cuando vienen las dudas, la sequedad y la aridez espiritual, esta “Palabra de Dios” revelada es bálsamo, consuelo y liberación interior.
La Iglesia y la sociedad de hoy necesitan cristianos impregnados del mensaje bíblico, ungidos y consagrados por el Espíritu. Dar testimonio de Jesús es nuestra alegría y realización. Sin Cristo no podemos dar frutos, Él es la Vid y nosotros sus sarmientos (Jn 15,5). Es una tentación creer que se puede ser de Cristo sin la amistad y fortaleza que brotan de la diaria meditación del evangelio. No escatimemos tiempo, no dilatemos ni posterguemos el encuentro con la Palabra, más bien seamos fieles a su lectura y reflexión, ya sea de forma individual o comunitaria.
La Sagrada Escritura es nuestra regla de vida porque diariamente nos invita a la conversión, al cambio, a crecer y consolidar la obra de Dios en nosotros. Por esta razón su lectura no pocas veces dará pie a algunas crisis espirituales y existenciales, ya que ella cuestiona nuestra forma de ser, opciones, apegos, pecados y todo lo que en nosotros es resistencia a la vocación cristiana. Por esta razón, la Biblia no es un texto intimista que encierre al creyente en su mundo interior. Ella necesita intimidad, proyección social, ha de ser compartida. Es decir, ha de tener una incidencia concreta: el amor a los más pobres, a los marginados, preocupación por la justicia social, por la reconciliación y el perdón. Además, la Palabra de Dios es luz para alumbrar a las naciones y ha de ser predicada en todo momento, especialmente por la oración y el testimonio de vida.
Asimismo, donde se siembra la Palabra de Dios, brota la comunidad cristiana, fraterna y hermanable. Allí, “debieran” superarse todos los roces, diferencias y conflictos, y por supuesto, practicar el perdón y la reconciliación. Pero no siempre acontece así y ese es nuestro gran desafío como creyentes.
En la Santísima Virgen María tenemos el mejor ejemplo de cómo escuchar, meditar y vivir la Palabra. En ella el Verbo se hizo carne. Acudamos a María para que nos enseñe a recibir a Jesús. Destaquemos también a San Pablo, prisionero de Cristo (Ef 3,1-13), ejemplo y actual maestro de una vida cimentada y alimentada por la gracia de Dios.
Deseándoles unas lindas fiestas patrias, y con el afecto de siempre, se despide en el Señor
P. José Antonio Atucha Abad