Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
Con la celebración del Domingo de Ramos, damos inicio a la Semana Santa o Semana Grande, días en que la comunidad hace memoria de los acontecimientos más importantes en la vida de nuestro Señor, por tanto, los fundamentales también para sus discípulos misioneros: Su pasión, muerte y resurrección.
La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor y concluye con el inicio del Domingo de Pascua. Comprende algunos días de Cuaresma, hasta el jueves 28 de marzo (dado que la Cuaresma finaliza antes de la Misa de la Cena del Señor), como dos días del Triduo Pascual, viernes 29 y sábado 30. El Triduo Pascual consta del viernes, sábado y domingo, considerándose la santa Misa de la Cena del Señor, del jueves 28 de marzo, como su prólogo. Finaliza con las vísperas del domingo de la resurrección.
El Domingo de Ramos contempla dos dimensiones importantes, por una parte, la alegría, el júbilo y las alabanzas que manifiesta la multitud al Señor en su entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén: “Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Hosana! Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino de nuestro padre David que llega. ¡Hosana en las alturas!” (Mc 11, 9-10), como por la otra el gran misterio de la Cruz, sobre todo su pasión y muerte, presentes en las lecturas que se leen en la celebración de la Eucaristía de este día, particularmente su pasión (cfr. Mc 14, 1-15, 47). Es importante celebrar a Cristo en esta festividad como al verdadero Cordero que se dispone al sacrificio, ofreciéndose Él mismo y con su entrega venciendo a la muerte. Le solicitamos, al mismo tiempo, vivir para siempre en Él.
En la Arquidiócesis el día Miércoles Santo -este año el 27 de marzo- acostumbramos celebrar la Misa Crismal, en la que se bendicen los óleos y se consagra el crisma, a utilizar en la celebración de algunos sacramentos, en la Catedral como en las parroquias y comunidades. Anticipamos el Día del Sacerdocio Ministerial -que corresponde al Jueves Santo- dado que por las distancias y los diversos programas, a los sacerdotes le es difícil acudir en el día que corresponde. Es la oportunidad preciosa para agradecer a Dios la presencia, vida y servicio apostólico de los sacerdotes.
El Jueves Santo es un día entrañable para la comunidad cristiana. Celebramos la Misa de la Cena del Señor, haciendo memoria que Él instituyó la santa Eucaristía, nos dio también ejemplo de servicio humilde y constituyó a sus apóstoles sacerdotes, mediadores para la celebración de su Palabra y los santos sacramentos.
El Viernes Santo es día de silencio, oración y reflexión. Acostumbramos realizar un breve retiro durante la mañana, replicado en las parroquias y comunidades a través de Radio San Bartolomé y plataformas digitales. A media tarde, acompañamos a Cristo por el camino que lo lleva a la Cruz en la celebración del Via Crucis. No hay palabras para expresar en este día el amor infinito del Padre eterno que entrega a su Hijo para que nosotros tengamos vida abundante en Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna” (Jn 3 16).
“He resucitado y viviré siempre contigo”, es la antífona de entrada a la santa Eucaristía del Domingo de Pascua, el más importante del calendario litúrgico de la Iglesia. Proclamamos el gran misterio de la resurrección en la Vigilia Pascual, en el Domingo de Pascua y también en cada domingo del año, de igual modo, en toda celebración. La Iglesia no celebra, sino el misterio de la resurrección gloriosa de nuestro Señor. ¡Es el gran acontecimiento de nuestra fe, la culminación de la voluntad salvífica de Dios! Dios es la fuente de la vida, el sustento y el fin de toda vida. ¡Somos para siempre discípulos de Cristo resucitado! Para siempre… ¡Hijos de la resurrección! Cristo resucitado en nuestra vida, fortaleza y esperanza. ¡Feliz Pascua a todos!