Hoy nos invita la Iglesia a contemplar el gran tesoro que tenemos los cristianos: la eucaristía. Para contemplarlo tenemos que tener puesto en él nuestro corazón. Dice una leyenda que un rico avaro había gastado toda su vida en acumular un gran tesoro, y pasaba interminables horas en contemplarlo. Su tesoro fue su ruina porque, fascinado por su brillo murió de hambre y de frío en un crudo invierno en triste soledad. Nuestro contemplar a Cristo ha de llevarnos a la gratitud, al gozo y al compartir con nuestros hermanos.
La Cena de Jesús coincidió con la cena de la Pascua judía, en la que los israelitas recordaban la liberación de la esclavitud y la alianza entre Dios y aquel pueblo liberado. Al actualizar aquel recuerdo, renovaba el compromiso de amistad y fidelidad a Dios. Dios no les falló y los condujo de la esclavitud a la tierra que les había preparado. Y los alimentó en el desierto “con un maná que no conocieron vuestros padres” (1ª lectura).
Jesús en la Última Cena, al tiempo que celebra el rito antiguo, lo llena de contenido nuevo. Ahora Jesús les dirá que: Yo soy el pan bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá eternamente (evangelio). Lenguaje inaudito: escándalo para unos; regalo inapreciable para otros.
Comer y beber es recuperar fuerzas, pero comer y beber juntos es un gesto interpersonal: gesto de amistad, de comunión y de alegría. “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos el mismo pan” (2ª lectura).
La eucaristía es acontecimiento y proyecto de fraternidad. Desde la Misa dominical surge una ola de caridad destinada a extenderse a toda la vida de los fieles (Juan Pablo II, Dies Domini, 72). La eucaristía no es simple rito, sino un memorial. Pero ¿cómo se puede celebrar ese memorial desde la insolidaridad, la injusticia y la marginación? “No puedo comulgar en la misa y vivir luego excomulgando a los demás”, como me decía un médico misionero. ¿Y cómo asistir a un banquete sin comer? ¿Cómo vivir con gran vitalidad si no nos alimentamos? No actuaba así la primitiva comunidad cristiana en la Cena del Señor.
José María Guerrero, s. j.
Recordamos que las lecturas de los domingos se repiten cada tres años (Ciclo A, B y C) Este año Corresponde al “A”. Y, en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, se pone de relieve el aspecto de la eucaristía como alimento. Jesús insiste en que él es el pan de vida; que sin comer este pan no puede haber vida espiritual en nosotros. La participación completa en la misa incluye la comunión. Felizmente, se va recuperando la comunión en la misa. Debemos crecer aún más en ello. Sintámonos unidos para el convite al que el Señor nos invita.
El maná y el agua de la roca fueron el alimento que Dios proporcionó a su pueblo en el desierto. Jesús nos dirá que el alimento que él nos da es muy superior.
Lectura del libro del Deuteronomio. Moisés habló al pueblo diciendo: Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!
¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.
Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente. R.
Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.
La comida y bebida compartidas expresan y fortalecen la unión de corazones. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo estrecha nuestra unión como Iglesia.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Hermanos: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluia.
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, dice el Señor.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?” Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Si la Comunión es algo tan central en las palabras de Cristo, es por la fuerza unitiva con Cristo y entre nosotros. ¿Tienes la costumbre de relacionar la comunión con el amor fraterno?
M. Al Padre, que nos entregó a su Hijo como alimento, dirijámosle con confianza nuestras peticiones.
1.- Por la Iglesia, especialmente por los obispos y presbíteros, para que presidan la celebración eucarística con tal dignidad, que ayuden a la fervorosa participación de toda la asamblea. Oremos:
R. Señor, escúchanos.
2.- Por las autoridades de nuestra Patria y del mundo entero, para que favorezcan cuanto contribuye a incrementar la paz y la unidad. Oremos. R.
3.- Por quienes carecen del alimento necesario y por quienes lo poseen en abundancia, para que la generosidad de unos remedie la escasez de los otros. Oremos. R.
4.- Por nuestra comunidad, para que la celebración eucarística aumente nuestro sentido fraterno y un generoso espíritu de solidaridad en favor de los más necesitados. Oremos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Atiende, Padre, nuestras peticiones, de modo que, con fe viva y espíritu generoso para con los necesitados, celebremos la eucaristía según el espíritu de tu Hijo, que quiso quedarse con nosotros en el sacramento del amor. Por el mismo Cristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. A ti, Padre, que te preocupas del alimento material para nuestro cuerpo y del sustento para nuestro espíritu, te dirigimos nuestra agradecida alabanza confesando:
R. El Señor nos alimenta con el pan de la vida.
1.- A ti, que en el maná del desierto y en el agua de la roca prefiguraste el pan de Vida eterna que nos proporcionaría Cristo, Roca viva, te alabamos. R.
2.- A ti, Padre, que en la eucaristía, en la cual comemos del mismo Pan, nos mueves al amor fraterno práctico, te alabamos. R.
M. Tu Hijo Jesús nos enseñó a pedirte el pan de cada día, que es la eucaristía y es el pan que repara nuestras fuerzas naturales. Por eso te decimos: Padre nuestro…
Hacia ti, morada santa/ Cinco panes (Un niño se te acercó)/ El Señor nos ha amado/ Tú eres, Señor, al pan de vida/ Y yo lo resucitaré/ Junto a ti, María.