La invitación que nos hizo el papa Francisco a vivir un año dedicado a la misericordia nos supuso un gran desafío: ser misericordiosos como el Padre lo es. ¿A que nos llama esto? A mirar el mundo de hoy y ver de qué manera, en forma concreta y real, podemos vivir y transmitir la misericordia. Supone mirar dentro de cada uno para encontrar la espiritualidad que nos ayude a superar la indiferencia que nos rodea.
“Vivenciar la Misericordia“ es una herramienta que nos guía en ese camino, invitándonos a encontrar el rostro misericordioso de Jesús en nuestras vidas. Solo a partir de ese conocimiento seremos capaces de vivir en nuestro entorno el real sentido de este Año Santo. Y, para lograrlo, el texto nos presenta algunos elementos claves en la vida del cristiano: el silencio, la oración, la fe, el amor, el servicio, la alegría y la misericordia.
A lo largo de sus siete capítulos, un autor diferente comparte con nosotros como uno de esos elementos ha iluminado su vida. De ese modo, el texto va construyendo una ruta que nos muestra cómo la gracia de Dios ha estado y sigue estando presente en su historia. Asimismo, cada autor nos señala cómo a partir de ese concepto ha podido crecer y experimentar los otros.
En ese aspecto, el libro es claro: para llegar a la misericordia hay que partir del silencio, de un silencio que se abre a la oración, de una oración que se transforma en fe, de una fe que se hace amor, de un amor que se convierte en servicio, de un servicio que llega hasta la cima de la alegría, y de una alegría que desemboca en la misericordia.
Estamos frente a un itinerario, una vía, una propuesta que nos explica cómo podemos llegar a ser misericordiosos e introducir la compasión en nuestra sociedad. No a partir de un concepto abstracto, sino de una experiencia de encuentro e integración que se refleja a partir de todos los testimonios. El libro nos enseña a mirar el mundo con una mirada distinta y nos lanza una invitación: ser testigos y misioneros de una misericordia que se abre a la vida y nos motiva a actuar. A tender nuestra mano al que lo necesita, a compartir la alegría del perdón, a encontrarnos con Dios Padre y a abrir el corazón a nuestros hermanos, sobre todo a quienes más nos necesitan.