Queridos amigos, el mes de octubre es el mes de las misiones. La iglesia es esencialmente misionera. En ella viven, como escritas en fuego, las palabras de Jesucristo y de San Pablo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15-18); “¡Ay de mi si no evangelizara!” (1Cor 9, 16-19. 20.23).
El espíritu misionero surge de la unión con Cristo y de la pasión por su evangelio. Más allá de los cambios culturales y de los numerosos desafíos que la sociedad actual nos presenta, es la certeza de que Cristo está vivo, que no es un recuerdo o algo del pasado, la que nos sostiene y anima en la predicación de su palabra y en el testimonio de verdadera vida cristiana.
Al reflexionar sobre la naturaleza misionera de los bautizados, intentamos adentrarnos en «los mismos sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5), cuyo corazón abraza a toda la humanidad: «Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso» (Mt 11, 28). También hoy resuena en nuestros corazones un clamor universalista: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). ¿Dónde lo verán? Esa es la gran pregunta. La respuesta es solo una: en tu vida y en la mía. Vidas tocadas por Cristo, transformadas y santificadas por su gracia.
Al entrar en diálogo con los hermanos, con la sociedad e incluso con los no creyentes, queremos proponerles que conozcan a Cristo, que se encuentren con su palabra y desarrollen una amistad y un discipulado que transformará sus vidas y la de muchos.
Cada bautizado debe descubrir su estilo de ser misionero. Algunos lo harán principalmente con la oración, el ayuno y la limosna. Otros, con la alegría, bondad y paz que irradian. Otros en muchos gestos pequeños de cercanía y solidaridad con el que sufre soledad, pobreza, enfermedad o discriminación.
¿Qué puede haber más grande que anunciar a Cristo? Enseñar a los hombres de hoy a perdonar, a no devolver mal por mal, presentar las bienaventuranzas como la realización máxima de nuestras vidas, mostrar a Dios como Padre misericordioso, creer en la resurrección de la carne y en la Vida eterna…
Inevitablemente sentiremos nuestra pequeñez ante una misión tan grande; eso es muy bueno, ya que nos mantiene humildes y sencillos. Lo mismo experimentó el gran apóstol Pablo: “Te basta mi gracia, pues mi poder se realiza en la debilidad” (2 Cor 12, 9-10).
Ahora les propongo que examinemos nuestro estilo de evangelizar.
Primero: nadie evangeliza solo. Es mucho más fecundo una comunidad evangelizadora, pues ella acoge y acompaña en el tiempo. En ella se madura la fe, se crece en la caridad y se vive la fraternidad.
Segundo: nadie da lo que no tiene. Hablar de Jesús no es difícil, dar testimonio de vida cristiana si lo es.
Tercero: No hacer distinciones entre personas. Conversen en nuestras familias y comunidades cómo despertar y crecer en el ardor misionero, ser más creativos y perseverantes, no cerrase y saber acoger a los hermanos con sus diferencias y opiniones.
Cuarto: tener a la Santísima Virgen María como el mejor ejemplo de misionera. Ella se pone a la escucha de Dios (Anunciación: Lc 1, 38) y de las necesidades de los hermanos (Bodas de Caná: Jn 2, 1-12).
Con el afecto de siempre, me despido de Uds. Y quedamos en mutua oración.
José Antonio Atucha Abad.