En la historia de la Iglesia católica el sacramento de la Reconciliación ha sido objeto de malos entendidos: algunos pensaban que para lograr el perdón divino debían someterse a una larga sesión de genuflexiones o de flagelos voluntarios; otros se tranquilizaban -y lo siguen haciendo- pensando que al obtener el perdón del sacerdote, quedaban libres para volver a pecar; a otros les preocupaba “condenarse” por no contar todas sus faltas.