Desde pequeña sintió una fuerte vocación religiosa, por lo que oraba y ayunaba con mucha frecuencia. A los diez años se trasladó con su familia al pueblo de Quives (camino a Canta).
Aquí recibió el sacramento de la confirmación de Santo Toribio de Mogrovejo. En Quives fue testigo del sufrimientos de los indígenas en las minas y obrajes que administraba su padre.
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