«La cuestión que nos planteamos aquí es una cuestión de principio. ¿Puede escuchar el hombre en su lenguaje una palabra que le hable en otro lenguaje, que sería el de Dios, más exactamente, el de su Verbo? […] Tomaremos como guía de nuestra reflexión las mismas palabras de Cristo, pues ellas contienen la respuesta.
Al igual que todo aserto científico y, en el fondo, toda afirmación humana son portadores de cierta pretensión de verdad, así también la palabra de Cristo se distingue por una pretensión desmesurada a los ojos y los oídos de muchos hombres de nuestro tiempo. Su pretensión no consiste sólo en transmitir una revelación divina, sino en ser ella misma pura y simplemente esta Revelación, la Palabra de Dios mismo. Siguiendo paso a paso el engarce de estas palabras, nos esforzaremos en ver si son capaces de legitimar semejante pretensión, a saber: proclamar la Palabra de ese Dios que Cristo dice ser él mismo».